París está llena de recuerdos de los Estados
Unidos de Norteamérica(USA), desde una preciosa plaza ajardinada PLACE DES ÉTATS UNIS, con estatuas de
Jefferson, de Whashington con Lafayette y
otra de homenaje a los voluntarios
americanos que participaron en la primera guerra mundial, hasta avenidas y
calles dedicadas a cinco presidentes americanos, incluso una estación de metro se llama Franklin Delano Roosevelt. Personalmente lo que más me
gusta es la maravillosa estatua de
Benjamin Franklin sentado en un precioso jardín entre la calle de su
nombre y Trocadero.
La historia de USA no hubiera sido la misma
sin Francia que ayudó a los revolucionarios de las colonias americanas a
derrotar a la Gran Bretaña desde que declararon la independencia el 4 de julio
de 1776 reinando Luis XVI , el que luego fue guillotinado por los
revolucionarios franceses que a imitación de los americanos se libraron de la
monarquía. La presencia del marqués de Lafayette fue decisiva en varias batallas contra los
británicos y su amistad con los padres fundadores así lo atestigua. Es verdad que
las monarquías borbónicas francesa y española ayudaron a los rebeldes para
fastidiar a los británicos, pero eso es otra historia. En 1783 en el tratado de
Paris la monarquía británica reconoce la
independencia de sus colonias rebeldes, firmada precisamente en París.
Luego cuando el 14 de julio de 1789 los
revolucionarios toman la Bastilla, la amistad se consolida entre ambas
repúblicas y lo prueba que Napoleón, cuando aún solo era primer cónsul, en 1803 vendió a los americanos el inmenso
territorio de Luisiana, más de dos millones de km2, por 23 millones de dólares.
Y lo curioso que ese territorio había sido español, las provincias interiores
de Nueva España dominadas es verdad por los indios de las praderas, y que fueron
cedidas previamente por España a Francia en el tratado de San Ildefonso
a cambio de concesiones de dominios franceses en lo que después fue Italia,
cosas del imperialismo.
Ese amor entre ambos pueblos alcanzó el
culmen con el regalo a USA de la Estatua de la Libertad que pagó el pueblo
francés por suscripción popular para conmemorar el centenario de la
Independencia. La estatua de 46 metros de altura y 226 toneladas de peso se
montó en París el 4 de julio de 1884 y luego despiezada en cajas de madera fue
trasladada en barco y montada sobre el inmenso pedestal que también por
suscripción popular se había construido en la isla Bedloe donde quedó
inaugurada el 28 de octubre de 1886. Hoy esa obra titánica del escultor
Bartholdy encajada en una estructura diseñada por Eiffel, soporta a 93 metros
de altura la antorcha que ilumina como
el faro del Coloso de Rodas la entrada del puerto de Nueva York enfrente de la
isla de Ellis, destino de la emigración europea que hizo grande a USA.
En París hay cinco réplicas a escala de esa estatua en lugares destacados: en el exterior del
Museo de Artes y Oficios está la mejor pues es la primera versión de la
estatua, una copia en bronce a partir del modelo en yeso, luego está la más
grande, a escala ¼ en la alameda de los Cisnes, donada por los residentes USA
en 1889 por el centenario de la
Revolución Francesa, en el museo D’Orsay hay otra que se hizo para la
exposición universal de 1900, en el Pont d’Almá hay una réplica de la antorcha
y finalmente de nuevo los residentes
americanos financiaron la que está en el
Jardín de Luxemburgo que homenajeaa las víctimas del 11-S del 2001.
El presidente Woodrow Wilson en 1917 con tropas voluntarias inclinó la balanza del lado francés en la Primera Guerra Mundial y luego él en persona estuvo más de seis meses para la Conferencia de Paz de París, por lo que obtuvo el Premio Nobel de la Paz.
París siempre había atraído a los artistas
del mundo y singularmente a los americanos pero tras la Gran Guerra se produjo
una rara concentración de escritores conocida como “La generación perdida”, porque al parecer experimentaron un sentimiento de desilusión y pérdida de
ideales tras los horrores de la guerra
en la que muchos de ellos habían participado: Hemingway, Gertrude Stein, Scott
Fitzgerald, Steinbeck, Faulkner, Jean Rhys, Wolf, T.S. Eliot, Ezra Pound,
Sylvia Beach y mi preferido John Dos Passos que vivieron en los locos años
veinte en la libertad de París, coincidiendo con artistas de todo el mundo pues
París era su meca…entonces. Se dice que el adjetivo de “perdida” se lo dio un
tabernero francés harto de las francachelas que organizaban, pero que acrecentó
el mito eterno parisino para los americanos de lugar de placer y por eso sigue siendo un
destino favorito para el turismo USA.
Tras la segunda guerra mundial el amor mutuo se consolidó pues es evidente
que sin la ayuda americana nunca los franceses se hubieran liberado del yugo
nazi, y aunque el General De Gaulle, acertadamente, marcó distancias con el
poder militar americano desarrollando su propio arsenal nuclear, que ahora
cobra aún más valor dada la política aislacionista de Trump.
Pus bien las locuras de Trump y su falta de
respeto están provocando una reacción europea antiUSA y especialmente en Francia... donde más se les quería. Raphaël Glucksmann, eurodiputado francés de Place
Publique (un pequeño partido de izquierda) ha lanzado el grito: “¡Devuelvan la
estatua de la Libertad!. Fue nuestro regalo para ustedes, pero parece que la
están despreciando, Así que ella estará feliz aquí con nosotros”. Desde la Casa Blanca han respondido
desafiantes y ya sabemos que entre el amor y el odio hay solo un paso y poca
racionalidad. Por mi parte creo que sería un error que los turistas
norteamericanos se sintieran amenazados en Europa y más bien creo que amistosamente
deberíamos invitarlos a que vengan para consumir los productos nuestros que tanto les gustan, pero sin los aranceles que tanto le gustan "malgré ils" a su presidente.