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domingo, 16 de octubre de 2022

CARLOS CASTILLA DEL PINO.MIS RECUERDOS

 



El 15 de octubre de 1922 nació Carlos Castilla, uno de los intelectuales españoles que más influyó en los jóvenes que hicimos la transición. Sobre él se ha escrito mucho y  aunque no ha habido actos  oficiales con motivo del centenario, he leído muchos artículos sobre él por lo que no voy a a glosar su talla intelectual que es pública y conocida, aunque un poco menos reconocida de lo que merece, sin duda por su clara posición de hombre de izquierda democrática,  con un claro  compromiso democrático que tanto le costó.

Somos lo que recordamos, según uno de sus aflorismos póstumos, y por eso voy a escribir solo sobre los recuerdos que tengo de él, a sabiendas, como él enseñó,  que al recordar hago literatura  creativa para reforzar el ser que hoy soy, por si a alguien le interesan. El primer recuerdo de su nombre fue con 10 años en una conversación entre mis padres sobre mi abuelo Enrique que tenía un tumor en la cabeza y  sobre la decisión de consultarle, mi madre tenía dudas por la fama de rojo que tenía Carlos en la buena sociedad cordobesa y mi padre no tenía ninguna, seguro de su competencia profesional; la consulta tuvo lugar y confirmó que no había solución médica. Más tarde, cuando estudiaba ciencias biológicas en Sevilla fui compañero y amigo de su hijo primogénito, Carlos,  y saqué la impresión de que era un padre mandón que  de alguna forma le había obligado a estudiar biología, una ciencia que a él le parecía apasionante y a mi amigo  un rollo frente a ciencias políticas que era su deseo; entonces era muy común este tipo de relación conflictiva entre padres y primogénitos.

Algunas noches, en las vacaciones, estudiaba con Carlos en su casa. Un día antes de acostarse se llegó a vernos, le enseñamos lo que estábamos estudiando  sobre Citología y nos contó cuanto le gustaba  esa ciencia y la microscopía de las neuronas y que él incluso había hecho una variante del método de tinción Rio-Hortega;  su hijo fue poniéndose paulatinamente nervioso mientras yo lo oía atentamente, tanto que me fui con él a un pequeño laboratorio donde me enseñó su colección de preparaciones microscópicas que vi en el microscopio y me recordaron los dibujos de Ramón y Cajal. Podría haber seguido toda la noche conmigo, pues le encantaba compartir su pasión por la biología y me explicó que no dormía más de tres horas, pero lo llamó Encarnita, su mujer, para que nos dejara estudiar y la cara de mi amigo era para verla.

Carlos hijo dejó biológicas en 1972 y se marchó a Madrid a estudiar políticas. Los libritos de su padre empezaban a estar  en las habitaciones de mis amigos y recuerdo especialmente NATURALEZA DEL SABER  que tenía mi amiga Lili con una conferencia  de ese título que había dado en la universidad de Madrid en 1969  al poco del asesinato policial de Enrique Ruano  y que  se transformó en un acto antifranquista. Fue una época en la que sus conferencias además de interesantes,   eran para nosotros parte de la lucha por las libertades. Mi pareja desde entonces y yo tuvimos el privilegio de asistir a la que dio, no recuerdo el título, en la Facultad de Medicina de Granada y que fue posible porque el rector era Federico Mayor Zaragoza; había tanta gente que no se podía entrar al aula magna, pero tuvimos la suerte de que en el cortejo  con el rector iba  Encarnita que nos  vio y subió al estrado, después con nosotros subieron todos los que cupieron, fue un acto inolvidable en el que hicimos de fondo. Mi  hermana María Pilar también tenía su libro UN ESTUDIO SOBRE LA DEPRESIÓN  y mi padre también fue comprando libros de él.

En 1974 acompañé desde Sevilla a Isidoro Moreno a  dar una conferencia al Círculo Juan XXIII de Córdoba y el moderador era Carlos que estuvo muy cariñoso conmigo al reconocerme, pero tuve la osadía de hacer una réplica al conferenciante desde mi posición de apasionado  trotskista  que provocó una contraréplica argumentada de él sin ninguna piedad conmigo confirmando su fama de frío y duro. Llevaba razón, pero fue poco moderado y  me dolió, aunque aprendí mucho.

En 1982 siendo yo director de la Escuela de Magisterio de Córdoba organizamos una conferencia de José Luis L. Aranguren que presentó brillantemente él, luego fuimos a almorzar juntos  y  la conversación entre ellos me pareció  decepcionantemente trivial, casi de cotilleos, y para colmo se empeñó en probar el vino que nos ofrecieron  y rechazar dos botellas, que llevaba razón, seguro, pero me dejó mal sabor de boca.

Muchos años después coincidimos en el parador de Zafra, desayunando, me acerqué y le dio alegría verme, charlamos un buen rato, sobre todo sobre mi vida y finalmente le pregunté por su hijo Carlos del que no sabía nada desde hacía años, me miró con la agudeza que le caracterizaba para decirme con la voz quebrada que había muerto tras penosa enfermedad. Los dos nos emocionamos  y comprendí que además de un gran intelectual era un ser humano sensible.

Después he leído sus dos libros de memorias que son agudos como él y de una gran belleza literaria. Cuando murió en 2009, mi madre, que era un mes más joven que él, me recordó una frase que el había dicho sobre el hecho tener muchos hijos en esos años, como ambos tuvieron, “los hijos se tenían y punto” y que a ella le parecía una gran verdad. Desde  entonces los dos habitan en mi memoria compartiendo mi admiración aunque sea de modo muy diferente.