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martes, 8 de marzo de 2022

BREVERÍAS 37. SOY VIEJO, ¿Y QUÉ? -1.

 



Inicio una serie de breverías sobre la vejez inspirado por el libro de Anna Freixas “YO, VIEJA” que me ha impactado, incluso puede que tome de él palabras prestadas, porque  realmente gran parte de su contenido pensado desde un punto de vista feminista para las mujeres, sirve también para los hombres,  que como ellas nos adentramos en la vejez con ganas de vivir pero con una vaga sensación de que ya sobramos y por eso recomendé y recomiendo la lectura de ese libro.

Yo vivía tan feliz en lo que se considera una vejez activa, quizá demasiado activa por mi odiosa manía de tener una vida “productiva” con una agenda  muy ocupada donde no haya lugar para el puro entretenimiento. El tiempo se me pasaba sin darme cuenta: estudiando, leyendo, escribiendo y saliendo mucho a conciertos, museos, organizando reuniones de amigos y compañeros, excursiones, muchos  viajes y ayudando en el cuidado de los nietos, cuando de pronto la parca “mandó parar”. Era una  pandemia y con casi 68 años lo prudente era quedarse en casa, que de repente se había quedado vacía al abandonarnos los dos nietos mayores que llevaban meses alojados con nosotros, mientras sus padres se abrían camino en nuevas aventuras laborales. Al principio estuvo bien estar recluido y encontré el tiempo perdido  por el exceso de ocupaciones que me había autoimpuesto por mi manía de ser productivo que me obligaba a emplear todo el tiempo libre que  la jubilación me daba, pero a la vez mis hijos, siguiendo las recomendaciones sanitarias, decidieron protegernos y encargarse del avituallamiento y fue entonces cuando empecé a sentir que era viejo de verdad, porque de golpe me había hecho  dependiente.

Verás, ser viejo con posibles y bien acompañado no está nada de mal, no tienes jefes que te incordien, solo tienes que contentar a la pareja que te acompaña desde hace medio siglo y  que en correspondencia te contenta a ti y procurar en la medida de lo posible no molestar demasiado a los familiares y amigos que suelen aguantarte, aunque a veces  te parezca que seas tú quien los aguantes a ellos. En resumen no  está mal, nada de mal, incluso muy bien, porque ya nadie espera nada de  ti y si estás bien de salud realmente no necesitas de verdad nada de nadie. En nuestro caso las ayudas que prestamos a hijos y nietos son voluntarias  y nos las agradecen cumplidamente, nada que ver con esos abuelos explotados que abundan y que no pueden hacer su vida. Pero empieza uno a percibir signos inquietantes: los hijos e incluso los nietos te dicen que tengas cuidado al coger pesos, algunas jovencitas se levantan en el metro para dejarte su asiento, la enfermera que te pone una vacuna dice que te descubras “el bracito”, la cajera te habla alto  y a veces te ayuda a llenar las bolsas, señales inequívocas de que te ven como un viejo necesitado de ayuda y hasta ahora no es para molestarse porque la intención que tienen es buena, pero te mosquea un poco.

Sólo la  indudable cercanía de la muerte, la frecuencia de los achaques y las cada vez más frecuentes ausencias de seres queridos, ensombrece un poco esta etapa final de la vida que por lo demás inicié jubilosa e ilusionadamente y que me apresto a afrontar con ilusión y esperanza.  La muerte sin duda es el destino de nuestra vida  en la que nos iniciamos sin experiencia y  terminaremos cuando sea el final. Una vida que hemos desarrollado con mayor o menor  fortuna, aprendiendo las más de las veces gracias a los errores que vamos cometiendo y un poco a las enseñanzas de las personas con las que hemos convivido, porque ciertamente lo vivido nos ha marcado mucho más que los sermones y discursos con los que han querido ilustrarnos hasta aburrirnos, sin casi dejarnos huella. 

Espero poder hablaros de muchas cosas a las que le doy vueltas  sin que a estas alturas  lleguen a inquietarme, desde la muerte, a la que espero sin ansiedad ni miedo, a los defectos que nos impiden disfrutar y  hasta los deseos que me acompañan. En primer lugar recordaré a los modelos de los que he aprendido, que son los ancianos que he conocido y querido, algunos ya os son familiares, porque gracias a ellos creo que sé como llevar bien la última etapa de la vida, o eso creo…continuará