Hace cuarenta años,
concretamente el 28 de octubre de 1982, el PSOE obtuvo 202 diputados, una
victoria electoral sin precedentes que le permitió continuar con más brío el
cambio que España había iniciado tras la muerte del dictador, en un proceso que conocemos como Transición y
que nos llevó pacíficamente de la dictadura a la democracia. ¿Quiere eso decir
que todo se hizo bien?, obviamente la respuesta es no, porque se hizo lo que se
pudo, porque en el mundo real del gobierno de los humanos, la política, se hace
lo que se puede, que tiene un poco de lo que se quiere y un mucho de lo quieren
todos los demás, otra cosa son las dictaduras y las revoluciones que suelen ser imposiciones de
una minoría a la inmensa mayoría, eso sí, para el bien común y con la mejor de
las intenciones, con las consecuencias que la historia nos enseña. Permitidme,
queridos lectores, que para conmemorar
esta efeméride os cuente recuerdos de mi
relación con el PSOE desde el principio, por si os interesan.
Matías Camacho fue el primer
socialista que conocí, era un señor de la edad de mi padre y al que veía casi
todos los días cuando camino del colegio pasaba por su quiosco de prensa en Las Tendillas de Córdoba. Yo no sabía qué
era ser socialista pero sí sabía que él lo era, porque esas cosas se sabían y
era peligroso porque te llevaba a la cárcel con cualquier pretexto. Más
adelante, con 15 años, descubrí que yo era rojo , como él, porque de esa
forma me llamó el profesor de Formación del Espíritu Nacional cuando discutí muy
vivamente con él en sexto de bachillerato contra su criterio de considerar el
régimen español como democrático; ese debate que ambos sostuvimos confirmó mi
inclinación ideológica para siempre.
Ya en Sevilla, en la
universidad, fui enterándome en la práctica de más cosas y de que los
estudiantes, apoyando a los obreros, podíamos ser claves para acabar con la
dictadura franquista. Se contaba que había algunos socialistas en la facultad
de derecho pero en mi entorno solo había comunistas más o menos declarados que
actuaban de manera coordinada en medio de nosotros, estudiantes comprometidos
en la lucha contra la dictadura pero sin afiliación, y eso se notaba mucho en
las asambleas que solían dominar pese a ser muy pocos. En 1973 dentro de mi
residencia de hijos de militares me integré en una célula clandestina de la
Joven Guardia Roja de carácter maoísta en la que discutíamos mucho sobre propuestas imposibles, sobre lucha armada
pacífica con la ayuda de los soldados y aprendíamos a odiar al Partido
Comunista de España y sobre todo a Santiago Carrillo que era el enemigo de la
peor especie para la clase obrera. La revista de la organización nos llegaba
con mucho retraso y descubrimos dos meses más tarde que Carrillo era ya un
aliado nuestro. Decidí entonces que las organizaciones políticas no eran para
mí, a causa de su dogmatismo y sobre todo porque me iba pronto a la mili.
Por entonces ya sabía que las
organizaciones comunistas se adaptaban mejor a la lucha política dentro de las dictaduras por su fuerte disciplina, su
estructura celular y por el compromiso casi religioso de sus militantes y que
otros partidos más democráticos como el
PSOE, o los republicanos, o menos disciplinados como los anarquistas eran
fácilmente reprimidos como se demostró tras la derrota republicana en 1939.
En diciembre de 1975 me afilié
a la FETE-UGT, porque era profesor, llegué con 24 años a ser miembro de su comité federal
en la clandestinidad , tolerada, y
empecé a convivir con el PSOE. En 1976 me echaron de la universidad, me
consideraban socialista, así me lo dijo personalmente el que hacía las veces de
rector, incluso fui amenazado de muerte por algún energúmeno. Vinieron luego años de esperanza en los que siempre apoyé al
PSOE y cuando en 1977 los españoles otorgaron al PSOE más del triple de los votos que al PCE, vi
claro que si queríamos obtener alguna vez un gobierno de izquierdas en España,
eso solo sería posible liderado por el PSOE. Tras el golpe de estado del 23 de
febrero de 1981, cuando estuvimos a punto de perder las libertades que habíamos
conseguido, comprendí que debía dejarme
de excusas y asumir públicamente un compromiso político más
claro con la democracia reforzando al partido
de izquierdas que me parecía más próximo a mi manera de pensar, ya con
29 años y muy lejos de las utopías revolucionarias, sólo tenía claro la
necesidad de libertad, igualdad y fraternidad y que sin democracia nada de ello
era posible.
Desde entonces he sido
afiliado de base del PSOE y he ocupado
muchos puestos de designación política y
creo que no lo he hecho mal, aunque ello me ha impedido una vida familiar mejor y progresar más en
una carrera profesional más brillante y lucrativa que abandoné, de lo que no me
arrepiento en absoluto. Cuando no estaba de acuerdo, lealmente dimitía. Nunca
he comulgado con ruedas de molino, casi siempre en las elecciones internas he votado
a los perdedores y a la altura de mis 70 años
estoy seguro que si el PSOE no es el mejor instrumento posible para la participación de los españoles en su gobierno, sin duda es
el menos malo.
El PSOE en sus 143 años de
historia nunca ha tenido que cambiar de nombre, porque los socialistas no nos
avergonzamos de nuestro pasado aunque asumamos los errores que hemos cometido
que han sido muchos, porque solo se equivocan los que hacen cosas. Hemos sabido adaptarnos a los tiempos en un
accidentalismo continuo que le insufló su fundador Pablo Iglesias, para luchar mejor por la igualdad en libertad
de los españoles y aunque estemos lejos de haberlo conseguido. Sí, celebramos
estos 40 años de progreso para España de los que hemos gobernado 25 y dispuestos
a seguir si los españoles así lo deciden.