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jueves, 20 de octubre de 2022

MI PSOE

 



Hace cuarenta años, concretamente el 28 de octubre de 1982, el PSOE obtuvo 202 diputados, una victoria electoral sin precedentes que le permitió continuar con más brío el cambio que España había iniciado tras la muerte del dictador,  en un proceso que conocemos como Transición y que nos llevó pacíficamente de la dictadura a la democracia. ¿Quiere eso decir que todo se hizo bien?, obviamente la respuesta es no, porque se hizo lo que se pudo, porque en el mundo real del gobierno de los humanos, la política, se hace lo que se puede, que tiene un poco de lo que se quiere y un mucho de lo quieren todos los demás, otra cosa son las dictaduras y las  revoluciones que suelen ser imposiciones de una minoría a la inmensa mayoría, eso sí, para el bien común y con la mejor de las intenciones, con las consecuencias que la historia nos enseña. Permitidme, queridos lectores,  que para conmemorar esta efeméride os cuente recuerdos de mi  relación con el PSOE desde el principio, por si os interesan.

Matías Camacho fue el primer socialista que conocí, era un señor de la edad de mi padre y al que veía casi todos los días cuando camino del colegio pasaba por su quiosco de prensa  en Las Tendillas de Córdoba. Yo no sabía qué era ser socialista pero sí sabía que él lo era, porque esas cosas se sabían y era peligroso porque te llevaba a la cárcel con cualquier pretexto. Más adelante, con 15 años, descubrí que yo era rojo , como él, porque de esa forma me llamó el profesor de Formación del Espíritu Nacional cuando discutí muy vivamente con él en sexto de bachillerato contra su criterio de considerar el régimen español como democrático; ese debate que ambos sostuvimos confirmó mi inclinación ideológica para siempre.

Ya en Sevilla, en la universidad, fui enterándome en la práctica de más cosas y de que los estudiantes, apoyando a los obreros, podíamos ser claves para acabar con la dictadura franquista. Se contaba que había algunos socialistas en la facultad de derecho pero en mi entorno solo había comunistas más o menos declarados que actuaban de manera coordinada en medio de nosotros, estudiantes comprometidos en la lucha contra la dictadura pero sin afiliación, y eso se notaba mucho en las asambleas que solían dominar pese a ser muy pocos. En 1973 dentro de mi residencia de hijos de militares me integré en una célula clandestina de la Joven Guardia Roja de carácter maoísta en la que discutíamos mucho  sobre propuestas imposibles, sobre lucha armada pacífica con la ayuda de los soldados y aprendíamos a odiar al Partido Comunista de España y sobre todo a Santiago Carrillo que era el enemigo de la peor especie para la clase obrera. La revista de la organización nos llegaba con mucho retraso y descubrimos dos meses más tarde que Carrillo era ya un aliado nuestro. Decidí entonces que las organizaciones políticas no eran para mí, a causa de su dogmatismo y sobre todo porque me iba pronto a la mili.

Por entonces ya sabía que las organizaciones comunistas se adaptaban mejor a la lucha política dentro de  las dictaduras por su fuerte disciplina, su estructura celular y por el compromiso casi religioso de sus militantes y que otros partidos más democráticos  como el PSOE, o los republicanos, o menos disciplinados como los anarquistas eran fácilmente reprimidos como se demostró tras la derrota republicana en 1939.

En diciembre de 1975 me afilié a la FETE-UGT, porque era profesor, llegué  con 24 años a ser miembro de su comité federal en la clandestinidad , tolerada,  y empecé a convivir con el PSOE. En 1976 me echaron de la universidad, me consideraban socialista, así me lo dijo personalmente el que hacía las veces de rector, incluso fui amenazado de muerte por algún energúmeno. Vinieron luego  años de esperanza en los que siempre apoyé al PSOE y cuando en 1977 los españoles otorgaron al PSOE   más del triple de los votos que al PCE, vi claro que si queríamos obtener alguna vez un gobierno de izquierdas en España, eso solo sería posible liderado por el PSOE. Tras el golpe de estado del 23 de febrero de 1981, cuando estuvimos a punto de perder las libertades que habíamos conseguido,  comprendí que debía dejarme de excusas y asumir públicamente un compromiso político   más claro con la democracia reforzando al partido  de izquierdas que me parecía más próximo a mi manera de pensar, ya con 29 años y muy lejos de las utopías revolucionarias, sólo tenía claro la necesidad de libertad, igualdad y fraternidad y que sin democracia nada de ello era posible.

Desde entonces he sido afiliado  de base del PSOE y he ocupado muchos puestos de designación política  y creo que no lo he hecho mal, aunque ello me ha impedido  una vida familiar mejor y progresar más en una carrera profesional más brillante y lucrativa que abandoné, de lo que no me arrepiento en absoluto. Cuando no estaba de acuerdo, lealmente dimitía. Nunca he comulgado con ruedas de molino, casi siempre en las elecciones internas he votado a los perdedores y a la altura de mis 70 años  estoy seguro  que si el PSOE  no es el mejor instrumento posible para  la participación  de los españoles en su gobierno, sin duda es el menos malo.

El PSOE en sus 143 años de historia nunca ha tenido que cambiar de nombre, porque los socialistas no nos avergonzamos de nuestro pasado aunque asumamos los errores que hemos cometido que han sido muchos, porque solo se equivocan los que hacen cosas.  Hemos sabido adaptarnos a los tiempos en un accidentalismo continuo que le insufló su fundador Pablo Iglesias,  para luchar mejor por la igualdad en libertad de los españoles y aunque estemos lejos de haberlo conseguido. Sí, celebramos estos 40 años de progreso para España de los que hemos gobernado 25 y dispuestos a seguir si los españoles así lo deciden.