Dos días completos en Florencia son pocos para conocer una ciudad tan llena de atractivos culturales y de turistas. El modesto hotel San Giorgio es digno, cercano a todo y amable. He podido hacer mis ejercicios contra la lumbalgia en un bonito salón alfombrado y descubierto la deliciosa cabina telefónica que conserva de otra época. Un atestado tren regional con "carrozze a due piani" nos lleva a nuestra última y breve etapa en Pisa, una ciudad con la población del Puerto de Santa María pero con joyas arquitectónicas de fama mundial que forman la piazza del Duomo, un conjunto abierto impresionante. Solo quería entrar a la catedral, pero cuando llegué ya no había entradas para hoy, pues aunque son gratuitas solo dejan pasar a pocos visitantes en turnos de quince minutos. De nada me sirvió mi " permesso de pregare" ante el cancerbero, pero la suerte vino en nuestro auxilio, llegaron cuatro con pase pero para las 19,15, dos horas después, y no podían ni entrar , ni esperar, así que nos regalaron su pase. Adelantamos la cena, pues apetito no faltaba, y luego hemos disfrutado de una visita reposada a una joya italiana no demasiado estropeada por el manierismo. Además hemos hecho felices a una pareja sin entradas. La torre en su sitio, inclinada y fijada. A mi nieto le han gustado más las pizzas y la comida que las ruinas y los monumentos, aunque ha apreciado la torre pisana, el Vaticano y sobre todo el Pantheon y yo he estado encantado en su compañía. La puesta de sol tras el baptisterio y el frío nos conducen al cercano y agradable hotel Roma donde una copa de brandy Stravecchio Branca casi me arropa,, pues mañana saldremos tempranito para almorzar en Sevilla. Gracias a los que con vuestra lectura y comentarios me animáis a escribir esta especie de diario para que no lo olvide. ADDIO ITALIA
