Nos dirigimos a la ciudad amurallada portuguesa siguiendo las indicaciones de Google que increíblemente nos lleva por una larga calle comercial a modo de abigarrado Zoco sorteando con el coche a personas, puestos y motos que vienen a contramano, eso si muy despacio.
Merece la pena detenerse , curiosear por los puestos y finalmente entrar en el recinto que preparado para los turistas no los tiene, pues el atractivo principal , una grande y preciosa cisterna no está abierta desde hace cuatro años y los autobuses no acercan a los extranjeros por lo que las preciosas tiendas y restaurantes de esta parte dormitan mientras la otra bulle.
Los portugueses solo estuvieron setenta años en el siglo XVI, pero le cundió como para completar una fortaleza de piedra y una gran iglesia dedicada a la Asunción de la Virgen con su pila para el agua bendita y una espectacular bóveda de madera. Esta advocación de la Virgen gozaba de prestigio en la época pero no fue hasta 1950 que se declaró dogma de fé: "Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial." (Constitución apostólica Munificentissimus Deus, 1 de noviembre de 1950).
Por autopista de peaje hacia Casablanca dónde entramos para saludar a la inmensa mezquita de Hassán II y comprobar que sigue siendo la gran ciudad que trazaron los franceses, aunque debe superar ya los seis millones censados y se nota en el tráfico.
Por autopista pasamos de largo Rabat y llegamos a la Maâmora donde nos esperaba José, nuestro amigo.