Que la personas LGTBI, tras
una larga historia de humillaciones y sufrimientos por ser diferentes, merecen
consolidar su derecho a vivir en libertad es sin duda un objetivo que
compartimos la mayoría, cómo se lleve a
la práctica es todo los discutible que se quiera, pero siempre que se aporten
argumentos para sostener las posiciones que se defiendan en el debate. En el
mundo de la política vivimos en la crispación permanente descalificándose unos a otros sin piedad,
dificultando alcanzar acuerdos en los temas que lo requieren por su naturaleza o
importancia. En vez de usar argumentos y proponer alternativas se prefiere
descalificar al adversario con epítetos lo más molestos posibles porque así se
obtiene una mayor presencia en los medios y redes sociales, y me temo que eso
es lo que está ocurriendo en el imprescindible debate sobre la necesaria Ley
Trans.
No iba a hablar sobre esta
cuestión porque siempre me ha parecido un asunto muy difícil para un lego como
yo, pero he decidido romper mi silencio tras leer el pasado sábado 12 en El
País un artículo durísimo titulado “Ley trans”: 47 millones de afectados
firmado por la filósofa Amelia Valcárcel
que tanto me ha influido y por otras personas que a veces me han iluminado y de
entre las que destaco a la dra. Isabel Esteva, directora durante años de la
unidad de reasignación de sexo de Andalucía y responsable de haber ayudado de
verdad a miles de personas trans, porque no quiero ser cómplice de ningún fracaso
en la conquista de derechos y porque no estoy de acuerdo con muchas de las
afirmaciones exageradas que se hacen en contra de la ley, ni tampoco con las
descalificaciones que se utilizan en su defensa, pues no creo que este sea un
debate “progresismo versus conservadurismo”, así que …un poquito de por
favor.
Desde mi época televisiva conozco
y leo a Victoria Camps, catedrática de Ética, a la que conocí cuando en su
calidad de presidenta del Consejo Audiovisual de Cataluña nos asesoró para los primeros
pasos del Consejo Audiovisual de Andalucía y luego, en los cuatro años que fui
miembro del Comité Coordinador de Ética de la Investigación Biomédica de Andalucía,
iluminó muchas de mis dudas en su calidad de experta en Bioética, por eso
cuando no tengo claro que decir acudo a sus palabras porque suelen desenredar
mi pensamiento y expresarlo mejor y esto decía en mayo : “Sobre la ley Trans
hay mucha confusión en el lenguaje y en la justificación de lo que se está
proponiendo: En muchos países se está adoptando el principio de precaución, una
demora, una cautela que dice que todavía no es el momento de regular…No hay que
precipitarse. Hay que estudiarlo y trabajarlo, analizarlo, comparar, tener más
datos…todo eso antes de tomar decisiones”.
Los defensores de la actual
redacción de la Ley no tienen patente de progresismo, ni los enmendantes de la
misma son una pandilla de conservadores o reaccionarios. Irene Montero no
es una arrogante ni Carmen Calvo una
feminista antigua. Las leyes autonómicas sobre este asunto han dejado claro ya,
sin que nadie las haya recurrido, el
derecho a la autodeterminación de género de todas las personas que es, para mí, el punto más complejo y creo que
todo lo demás que se ha dicho o escrito,
puede ser discutido en busca de un acuerdo que salvaguarde el objetivo que se
quiere alcanzar sin dañar otros derechos que también deben ser protegidos, como
pretenden muchas de las enmiendas presentadas. La ley debe ser mejorada en la
comisión parlamentaria tomándose el tiempo que sea necesario porque si no se obtiene consenso la necesaria ley estará condenada a ser efímera
que es lo que no debemos querer los que creemos que no hay libertad para nadie sin
un auténtico respeto a la diferencia.
Termino con una reflexión de Victoria Camps para guía racional de los parlamentarios implicados :“Hemos superado ya la dicotomía entre igualdad y diferencia. Ahora se considera que reclamar la diferencia es reclamar la igualdad también. Es decir, yo como individuo quiero que se me iguale en derechos y que los derechos los decido yo. Yo decido lo que quiero ser. Finalmente, es un problema de igualdad y libertad. Confundir la libertad individual, a la que se da primacía, con el deseo merece una reflexión porque los deseos muy fácilmente se convierten en necesidades y las necesidades en derechos y pasar de una cosa a la otra es bastante más complicado”.