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miércoles, 3 de marzo de 2021

23F, SIEMPRE EN LA MEMORIA neonormalidad 43

 



El 23 de febrero de 1981 tenía 29 años, vivía en Córdoba, estaba felizmente casado desde hacía seis y tenía dos hijos, Lucía a punto de cumplir tres años y Guillermo con sólo seis días. Daba clases en la Escuela de Magisterio  de Biología celular y Didáctica de las Ciencias Naturales, hacía muchas prácticas de campo con mis alumnos, trabajaba en la tesis doctoral sobre las glándulas adrenales de la Rana ridibunda en la Facultad de Veterinaria y me preparaba intensamente desde hacía un año las oposiciones  al cuerpo de profesores agregados de Escuelas Universitarias, cuyo tribunal presidido por  Fernando Gil-Albert  Velarde, catedrático de  Fitotecnia III de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de Madrid acababa de ser publicado en el B.O.E. del día anterior. No tenía un minuto libre, pero la vida me sonreía, sobre todo porque pocos años antes las cosas no estaban tan claras para mí.

Tras acabar la licenciatura en ciencias biológicas en junio de 1974, me tocó hacer el servicio militar durante los siguientes  dieciséis meses en los que no fui desgraciado pero casi, porque fue un paréntesis  muy largo en el que debías reprimir las libertades de las que habías disfrutado siendo estudiante universitario. En octubre fui contratado a media jornada como profesor  en el Colegio Santa Victoria de las escolapias en Córdoba y a principio de noviembre en la Escuela de Magisterio, Franco murió el 20 de noviembre y nos regocijamos llenos de esperanza precavida. En diciembre de1975 me había afiliado a la UGT y participaba activamente en la lucha por la democracia, la amnistía y la libertad, tanto que fui despedido por “rojo” de la Universidad de Córdoba junto con otros compañeros. Tuvimos que luchar, manifestarnos, encerrarnos; la policía y la guardia civil vigilaban nuestros movimientos, fui amenazado de muerte por los fascistas , pero finalmente ganamos y en abril de 1977 empezamos a transitar de verdad  por las anchas avenidas de  la libertad camino de las primeras elecciones libres desde 1936. Nunca podremos olvidar ese tiempo en el que todos los demócratas éramos compañeros y amigos y al fin a cara descubierta distribuíamos propaganda, nos ayudábamos y hacíamos bulto en todos los mítines que se celebraban en Córdoba y provincia, sobre todo en la inmensa plaza de toros dónde teníamos que estar más de 20.000 personas para  que pareciera llena y siempre lo estuvo.  Tras el escrutinio, los comunistas estaban decepcionados por el parvo resultado comparado con el de los socialistas, pero como lo importante no era ganar sino poder estar libres, nos aprestamos a disfrutar de la libertad recién estrenada y a trabajar a destajo para conquistarla en todos los ámbitos de nuestra vida, fueron muy buenos años, tanto que casi nos habíamos olvidado del pasado y de que la libertad se puede ganar con esfuerzo, pero que es mucho más fácil perderla.

Fueron casi cinco años muy productivos  e intensos compartiendo ilusiones con muchos familiares y compañeros que considerábamos amigos por la complicidad con la que actuábamos para cambiarlo todo enseguida, es verdad que tratábamos de no pisar demasiados callos, pero la osada juventud  nos hacía ser un poco inconscientes y no queríamos ver los signos golpistas que había.

La tarde del 23 de febrero , Lola, mi mujer, estaba en casa con el bebé y había quedado con el compañero que la sustituía en el instituto para explicarle como llevaba ella el curso y yo había comido cerca de la Escuela de Magisterio y tras recoger a Lucía de su guardería  me llegué a casa de mis padres haciendo tiempo para llegar un poco más tarde  y no interrumpir a Lola. A mi hija le encantaba porque había juguetes y porque mis hermanos pequeños estaban en la edad de jugar con ella. Poco después de las seis y a punto de bajar para irnos notamos un revuelo en la parada de taxis de la calle, pero como este gremio es un poco ruidoso no le dimos mayor importancia. Con la niña sentada en la parte de atrás del seat 127 oí a uno que comentaba en alto:” la guardia civil ha asaltado el congreso” y sin pararme salí pitando con la radio puesta en la cadena SER mientras mi niña pedía que le pusiera los villancicos  que tanto le gustaban, empecé a ser consciente de lo que estaba pasando y a tener miedo porque ya no era yo, sino nosotros.

Ya en casa les conté lo que estaba pasando y el compañero se marchó rápidamente, pusimos la televisión y la radio y seguíamos los acontecimientos pero con muy poca información y se notaba la disminución del tráfico. Cuando supimos que los tanques estaban en las calles de Valencia nos temimos lo peor pues el capitán general de Sevilla era Merry Gordon un claro franquista y pensamos lo mal que estaría pasándolo mi hermano Enrique que hacía sus prácticas de alférez  en el cuartel de Artillería de Sevilla, él luego nos contó que fue acuartelado, repartió munición y le asignaron como objetivo el edificio de Correos, nada era de broma.

Sin noticias de lo que pasaba en Córdoba porque nuestra calle era una perpendicular a la avenida del Brillante cerca del Granito de Oro, demasiado lejos del centro y ardía en ganas de comprobar personalmente cual era la situación de los militares confiando en la impresión que tenía de que el gobernador militar no era un golpista. Ni corto ni perezoso a eso de las 11 de la noche bajé y aparqué en el Gran Capitán para llegarme andando al gobierno militar que tenía la puerta abierta pero no había movimiento, no me crucé con nadie y un poco más tranquilo regresé. Al pasar delante de la casa de Manuel Gracia, caí que su familia estaría muy preocupada porque él era uno de los diputados retenidos por los golpistas y me acerqué, pero al no ver luces ni movimiento no llamé.

En casa, los niños estaban durmiendo y Lola siguiendo las noticias, al poco fue la intervención del rey y mucho más tranquilos, al rato, nos fuimos a la cama. Todo lo horrible que se me había pasado por la cabeza podía haber sucedido pero  afortunadamente no ocurrió pero si que supe que había que asumir un mayor compromiso político y al día siguiente por la tarde me llegué a la sede del PSOE que estaba en la calle Juan de Mena para afiliarme y así reforzarlo; no era el único que había pensado lo  mismo, pero no pudieron apuntarnos porque la tarde anterior los viejos militantes habían llevado los archivos a la vecina parroquia de la Compañía, cuyo párroco don Joaquín Canalejo Cantero era demócrata.  Mis viejos compañeros seguramente no habían olvidado como tras el 18 de julio de 1936, los golpistas de entonces se habían incautado de los archivos de afiliados para cazarlos, detenerlos y al poco, asesinarlos por el gravísimo delito  de sus ideas en tal número que sin error podemos considerar un genocidio lo que ocurrió en Córdoba.

Claro que lo que pasó, pasó y todos nos volvimos más prudentes y pese a ello la sociedad al año siguiente votó socialista mayoritariamente y aunque siempre estaremos afrontando desafíos como fue el terrorismo de ETA, ahora el secesionismo catalán y siempre la lucha inacabada contra la desigualdad debemos saber que nada, salvo la muerte,  es para siempre y que la libertad, se puede perder si creemos que la tenemos por derecho y no luchamos por ella todos los días, porque como escribió Cervantes al principio del capítulo 58 de El Quijote: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida".