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martes, 20 de septiembre de 2022

POMPAS IMPERIALES

 


Lo sucedido en los últimos 12 días en el  mundo no ha sido normal. En medio de la desolación por guerras que no acaban nunca, con una desigualdad enorme entre los seres humanos, atrapados en un cambio climático de consecuencias catastróficas que impulsa una emigración sin precedentes, agravada por la crisis económica que provoca la hambruna que nunca nos deja, el centro de atención de todos los medios de comunicación se ha desplazado de todo ese horror a focalizarse en torno al cuerpo sin vida de una mujer de 96 años, desde el momento que los médicos certificaron su muerte hasta que finalmente ha sido enterrado en su castillo de Windsor.

Vaya por delante que me encantan las ceremonias grandiosas y con liturgias bien organizadas, preferentemente si  puedo presenciarlas sentado cómodamente. El cine, la ópera y las iglesias nos ofrecen ese tipo de espectáculos  que en Andalucía alcanzan una brillantez excelsa en los desfiles procesionales de Semana Santa. Tuve el gusto de acompañar en los noventa al director general de la Warner  que quería ver las procesiones sevillanas y quedó impresionado de la pompa y majestad de los desfiles, y mucho más cuando comprendió que las obras de arte que se paseaban eran auténticas antigüedades y que casi todos los participantes no sólo no cobraban sino que pagaban por actuar.  Sin embargo lo ocurrido estos días tiene mucho más que ver con el poder  que siempre se ha arropado en la pompa ceremonial de sus apariciones públicas para impresionarnos, para resultar atractivo pero distante , cercano pero inalcanzable, para en definitiva tenernos asustados pero entretenidos y casi contentos. Esto viene de antiguo y lo vemos representado en las inscripciones faraónicas de hace miles de años, con desfiles del faraón casi iguales que las que veíamos en el Vaticano hasta hace bien poco con el papa con tiara y subido en una silla gestatoria.

Isabel II me caía bien porque a mi madre le gustaba, creo que la consideraba como una hermana menor,  y   porque para mí  tenía mucho mérito llevar el vestuario colorido que llevaba rematado con unos sombreros increíbles, sin que le faltara nunca su bolso, claro que desde 1976 fui consciente del proverbial mal gusto británico cuando en un bed&breakfast nos pusieron unas sábanas moradas, consiguiendo superar la sensación que me produjo tomar fish&chips envuelto en papel de periódico, de forma que las  letras del tabloide se imprimían en los lomos del pescado. Siempre me admiró su capacidad de  saber estar  hierática guardando las distancias pero permitiéndose alguna sonrisa para no parece un pasmarote. Ahora bien, no acabo de entender el mérito que se le atribuye  como reina, cuando su papel constitucional público es meramente simbólico, mientras que el que si era su responsabilidad, el de jefa de la familia real, hay que reconocer que ha sido un fracaso. Yo creo que el grandioso homenaje que se la ha tributado solo ha sido un pretexto para mayor gloria de los vivos, como suele ocurrir en las pompas fúnebres.

Lo que hemos visto estos días ha sido un conjunto de espectáculos diseñados en el siglo XIX, que se estrenaron en 1901 para el entierro de la reina Victoria, que desarrolló las ideas de su marido Alberto para acercar la corona al pueblo y para demostrar el poderío del imperio británico. Luego con ligeras variaciones se ha ido perfeccionando en los entierros reales habidos y en el singular dedicado a Winston Churchill que como precio debe sufrir que pisoteen su tumba los soldados que portan los féretros reales y en general todos los visitantes a la Abadía.

Si es verdad que resultaba impresionante la formación de doscientos gaiteros abriendo el cortejo con sus lamentos en si bemol, pero resultan muy escasos si lo comparamos con los dos mil de la gaiterada que  montó Fraga en sus momentos de gloria, es verdad que  casi nadie puede superar, salvo quizá  Corea del Norte, que el armón de artillería que portaba el féretro fuera arrastrado por 84 marineros,  pero lo que borda el paño del disparate son los 48 marineros que hacían de freno. Insufrible me ha resultado el baboseo de los comentaristas ensalzando sin cesar un protocolo antiguo que quizá impresione por el exceso hasta el derroche, llegando al colmo de afirmar que la puntualidad era una virtud británica, qué poco conocen la realidad de esa isla y sus retrasos, porque para puntuales nuestras corridas de toros que son  el único espectáculo complejo que comienza a la hora exacta. Sinceramente tras tanta fatuidad me sorprendió hasta emocionarme  la sobria despedida del gaitero de la reina con una maravillosa y breve canción titulada “Duerme, querida, duerme”.

 Bravo por los británicos que consiguen con su artificiosa pompa que en español se entiende que es un  acompañamiento suntuoso, numeroso y de gran aparato para hacer vana ostentación de algo  y así dar la impresión que todavía son un imperio “decente”, en palabras de Abdulrazak Gurnah, premio nobel de literatura 2021: “Lo del imperio británico es uno de los mejores ejercicios de relaciones públicas que ha hecho el R.U.” Lo peor no era el exceso y derroche ceremonial que al fin y al cabo pagan los británicos con sus impuestos, lo que me parece abominable es que los políticos más poderosos del mundo hayan aceptado  dedicar dos días de sus apretadas agendas para hacer de figurantes en un espectáculo  mundial a mayor gloria de un imperio que ya no existe, con un poder declinante, salvo para complicarnos la vida.