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miércoles, 29 de diciembre de 2021

BREVERÍAS 24. CONVIVIR CON LA COVID-19.

 



Desde hace dos años la humanidad está padeciendo una enfermedad infecciosa peligrosa que al principio provocaba una  mortalidad alta entre los infectados, sobre todo en las personas ancianas, como yo,  y muy alta en inmunodeprimidas. Un coronavirus, desconocido hasta entonces, anda dando vueltas por el mundo y mutando continuamente para conseguir su objetivo vital que no es otro que reproducirse usando nuestros cuerpos para esa función.

El SARS-CoV-2  no es un asesino, sino un ser vivo luchando por sobrevivir. La Ciencia ya lo conoce bastante bien, tanto que en menos de un año hemos dispuesto de medicamentos antivirales y vacunas efectivas para impedir en gran parte los daños en nuestros cuerpos. Tardaremos seguramente algunos años en disponer de LA VACUNA DEFINITIVA o quizá nunca la consigamos, por lo que es imprescindible, si queremos sobrevivir  colectivamente, que aceptemos ya de una vez, que para frenar la expansión  de la pandemia tenemos que cumplir las instrucciones de salud pública que dan las autoridades sin hacernos los listillos y obligar a nuestros gobiernos a que ayuden de verdad a vacunar a todos en todo el mundo, mediante el mecanismo COVAX que tan rácanamente están apoyando algunos países; no hay otra manera de frenar la expansión de esta enfermedad.

El camino que queda es largo y yo he tomado la decisión de convivir con esta enfermedad. Esto no tiene nada de heroico es lo que llevamos haciendo desde siempre, si aprendimos a distinguir las plantas venenosas para no comerlas sin saber el porqué, si no bebíamos el agua de los pozos cuando aparecía el cólera, si nos lavamos las manos después de defecar y antes de coger los alimentos, etc…, ahora debemos seguir la vida  con la mayor de las alegrías y con las precauciones necesarias, que nos las dictan el sentido común y las recomendaciones de las autoridades.

La vida no volverá a ser la que era, ni antes era perfecta, ni ahora un desastre. Nunca  el hoy es igual al ayer, ni será igual al mañana, todo fluye y cambia y la felicidad está en adaptarnos a ese cambio continuo y hacer lo que tenemos que hacer incluyendo una cierta dosis de lo que queremos hacer, aunque para ellos tengamos que asumir algunos riesgos, como siempre.

Tras tanto tiempo de evitar la mayor parte de los contactos que antes teníamos sin darle mayor importancia: abrazos, besos, apretones de manos, charlas acaloradas,…, hay que dominar el miedo a la muerte y seleccionar la vida que queremos vivir asumiendo los riesgos de esa decisión.

Yo recuerdo el miedo paralizante en mi adolescencia cuando quería ligar con una chica, hasta que fui consciente de que lo peor que me podía pasar es que me dijeran que no, pero conozco alguno que todavía no se ha atrevido. Encerrarse de por vida, salir sólo lo imprescindible, por el riesgo de enfermar y morir  es una opción que solo deben tomar las personas inmunodeprimidas y a las que su médico se lo aconseje, los demás  hemos de salir ya y eso es lo que llevo haciendo desde hace tiempo para solo para hacer lo que de verdad quiero, para lo que me merece la pena correr el riesgo.

Estas Navidades estoy yendo un poco más allá y he participado en un maravilloso encuentro familiar en Córdoba, el vigésimo. Nos hemos reunido  37 familiares durante dos días con  test, mascarillas , aireación y todas las demás medidas de protección, porque para mí era necesario este encuentro y lo hemos pasado de cine.

El día de los inocentes, acompañado de 4 amigas, fui al  Teatro de la Maestranza donde con más de mil personas enmascarilladas disfrutamos de un maravilloso concierto de la  Orquesta West-Eastern Divan  dirigida por Pablo Heras-Casado. Setenta músicos , la mayoría jóvenes, interpretando el concierto para violín en re mayor opus 35  de Tchaikovsky y luego la sinfonía nº8 en sol mayor opus 88 de Dvorák,  es un placer sublime y  disfrutar de este privilegio merece correr un riesgo controlado.

La orquesta joven   de la Fundación Baremboin-Said,  me gusta tanto que asisto siempre  a sus conciertos y esta vez  me ha gustado aún más. Tras el concierto de violín, el solista Amaury Coeytaux nos regaló el dificilísimo andante de la sonata para violín nº 2 de J.S. Bach, demostrando su maestría.  Tras el descanso, un Pablo Heras-Casado, en estado de gracia, dirigió con todo su cuerpo una orquesta que supo estar a la orden,  emocionándome hasta lo más hondo. La despedida con el pasodoble  “Amparito Roca” de Jaime Texidor nos  ayudó a salir  eufóricos y con una sonrisa   de oreja a oreja, aunque la mascarilla no dejara verla.

Espero seguir disfrutando de la vida y de las cosas que verdaderamente merecen la pena. Os animo a hacer los mismo.