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domingo, 13 de marzo de 2022

BREVERÍAS,38. SOY VIEJO,¿Y QUÉ? -2

 



 He tenido el privilegio de ser un niño que disfrutó de la compañía de varios familiares ancianos que fueron independientes hasta el final de sus vidas. Mi abuelo Enrique enfermó de cáncer   a los 69 años  y   charlaba con él mientras jugábamos al ajedrez, con 10 años le  compraba tabaco que tenía prohibidísimo, guardaba el paquete y  le daba los cigarrillos de uno en uno y el fuego; de él aprendí a tratar con respeto a los niños, disfrutando de su compañía y a establecer complicidad con ellos; lo mismo que de mi abuela Pilar que cuando se quedó sola prefirió que yo con 12 años me fuera a dormir con ella en vez de una de las nietas más mayores, sabía que no me iba  a meter en lo que hiciera o dejara de hacer, sobre todo en la comida porque era golosa y tenía diabetes, a cambio yo gocé de espacio y libertad en el inicio de la pubertad; ella gobernaba sus intereses y administraba su dinero hasta el final con 87 años. Mi abuelo José María murió cuando yo tenía poco más de 3 años así que solo recuerdo que me hacía cosquillas con la barba y de mi abuela Juana recuerdo mucho más pues yo tenía ya 18 años cuando falleció a los 77  y de ella aprendí el sentido de la justicia, aunque la contienda fuera entre adultos y niños, tratándonos siempre como personas, sin blandenguerías pero con cariño; aunque no tuve mucha relación con ella pues sus últimos años coincidieron con mi juventud de estudiante en Sevilla, aprendí lo importante que es tener cerca a los hijos en la vejez , aunque para ello debas hacer lo necesario para acercarlos, eso sí,  gestionando tus asuntos hasta el final, pidiendo sólo la ayuda que necesites.

Aunque quería mucho  a Cristóbal, mi padre, no sufrí su largo final a los 74 años porque yo no vivía en Córdoba, solo recuerdo  que estaba muy deteriorado y en una de las visitas me pidió ayuda para acabar su sufrimiento, creía firmemente en la vida eterna y estaba deseando irse. Mi suegra Pilar que se comportó conmigo como una madre falleció a los 65 años  y la vimos deteriorarse a  causa de la diabetes, tuvo la suerte de que su marido la cuidara  toda la vida y de ella aprendí a ser dócil  y cariñoso con quienes te cuidan y no huraño y gruñón como es mi naturaleza. Luego fue Guillermo, mi suegro,  que se quedó viudo a los 65 años y decidió seguir viviendo solo en el pueblo. Nos visitaba a menudo con su coche, un R-5 que conservo; estaba unos días que se hacían cortos. Era un buen conversador, impenitente lector y amante de la música clásica, y le gustaba  viajar con nosotros contribuyendo a los gastos con generosidad. Con él estuvimos en muchos lugares de Europa.., y se encargaba de sus nietos con alegría. Cuando ya no pudo vivir solo, se vino con nosotros  a los 85 años y aunque extrañaba su casa y estaba desorientado, era buena compañía, pero al final  el deterioro cognitivo y que yo trabajaba a diario en Córdoba no nos permitía encargarnos de  su cuidado  y el 28 de agosto de 2008 lo llevamos a una residencia cercana y aunque mantuvo el tipo, no fue feliz allí y solo deseaba  acabar con aquella vida que ya no tenía sentido para él, de hecho de vez en cuando me decía: “Juan, tu no podrías hacer algo para acabar esto”  y es que por muy desorientado que estaba  se daba cuenta que no tenía sus cosas, que ya no podía leer porque no entendía esos garabatos negros, y la radio que tenía era incapaz de manejarla, con lo que le gustaba Radio Clásica de RNE. Ya estaba mal y no quería comer, ni salir de la cama por lo que me acerqué temprano el 1 de noviembre de 2011 por ver si  lo animaba ya que a mi si me reconocía; estuve con él en su habitación sentado al lado de su cama  y con su mano cogida, porque le gustaba el contacto, mientras intentaba una y otra vez  hablar sacando todo tipo de temas sin éxito, por lo que le pregunté que si quería algo y mirándome con tristeza me dijo: “Gracias, pero vete y déjame tranquilo”, se dio la vuelta y  acurrucado, como le gustaba dormir, al rato había expirado tranquilamente. Aprendí  entre otras muchas cosas que yo  nunca iré voluntariamente a un asilo.

Finalmente tuvimos la suerte de disfrutar de Carmen, mi madre, hasta los 97 años y en sus 30 años como viuda desplegó todas sus artes para liderar una gran familia que controlaba  desde el cariño y la generosidad. Siempre estaba al tanto de todos y de todo, repartió cuanto pudo, administró su dinero y su vida con mucha inteligencia y fue delegando a medida que lo necesitó. Ella sin duda era una líder nata, enormemente inteligente e imposible de imitar pero en su memoria procuro ser orgulloso, protestón, generoso y cuidadoso de  mi aspecto, como si fuera a visitarla, porque como ella decía: “ Si de joven hay que arreglarse para gustar, de viejo es para no desagradar”.

Estos han sido mis modelos de vejez sobre los que debo construir la mía. Continuará…