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martes, 13 de diciembre de 2022

FONDO y FORMA , MEDIOS Y FINES

 



Tras mi anterior artículo dedicado  al horror de lo sucedido en Melilla el 24 de junio, tenía la intención de continuar escribiendo sobre posibles soluciones realistas que evitaran las desgracias que sufren los migrantes para entrar en Europa y a ello me animaban los comentarios que decenas de lectores me hacían llegar con sugerencias y argumentos bien documentados. Tanto que tras comprobar que dentro de Melilla hay un terreno baldío donde cabría un campamento de más de diez hectáreas empecé a desarrollar mi idea de que la mejor solución provisional sería tener un lugar en territorio español en el que atender  de forma humanitaria y digna a los que llegan a nuestras fronteras huyendo de sus países. El control de las migraciones es un tema de gran importancia y complejidad, que afecta a muchas personas y a la sociedad en general. Es un problema que no puede ser abordado por un solo país o por la Unión Europea de forma aislada, sino que requiere un esfuerzo conjunto y coordinado. Lo ocurrido en Melilla es un ejemplo de cómo la falta de una política adecuada puede llevar a situaciones trágicas. La creación de un campo de refugiados puede ser una solución temporal, pero es importante tener en cuenta que no se trata solo de atender a las necesidades básicas de las personas migrantes, sino también de abordar las causas que las obligan a emigrar y trabajar en soluciones duraderas y sostenibles.

Ya sé que es imposible que todos puedan entrar en Europa, pero sí creo que mientras se consigue que todos los que necesiten emigrar puedan hacerlo de forma ordenada y segura, lo que para mí es un derecho humano y una libertad, nuestra obligación moral exige atender como hermanos e iguales, como seres humanos, a los que intentan entrar mientras se decide  si pueden hacerlo y a que país  y en caso contrario para repatriarlos al suyo de origen, todo menos empujarlos contra una valla y luego negarles asistencia médica. Es una cuestión de humanidad y solidaridad

  Pero no tenía cuerpo para ello porque  me siento feliz rodeado del afecto de  amigos y familiares y quería escribir algo alegre y nada me pareció mejor que la alegría que sentía por la llegada tardía, pero al fin llegada,  de la lluvia otoñal  en cantidad suficiente para empapar nuestra seca tierra y sobre todo tras una visita relámpago que hice el pasado jueves 5 de diciembre al Brazo del Este, el espacio natural que prefiero desde hace años, porque con comodidad puedo ver miles de aves en lo que es un brazo abandonado del río Guadalquivir en medio de arrozales. Llevaba tiempo  sin ir porque paulatinamente desde hace 2 años casi no había agua y las aves brillaban por su ausencia, así que me arriesgué un poco y aproveché que la lluvia bajó de intensidad  esa mañana para acercarme, y tuve suerte pues bajo una ligera llovizna que incluso formó un pequeño arco iris el espectáculo volvía a ser el que era antaño: lavanderas, avefrías, calamones, patos, fochas, garcillas, garzas, gaviotas, cigüeñas, espátulas, cigüeñuelas, agujas, incluso tres grullas, centenares de avocetas y flamencos; de estos últimos, por ser los más llamativos, seleccioné la foto para el artículo.

Como la sequía nos amenazaba, tras varios años de menos precipitaciones, con un otoño poco lluvioso, el que en los cinco primeros días de diciembre hubieran caído unos cien litros por metro cuadrado  era un motivo para estar esperanzado si a esto se le suma que la situación económica y de empleo no iba mal, incluso mejor de lo que habían predicho los sabios agoreros, y que el gobierno había aprobado los presupuestos para 2023 demostrando que se seguía contando con los apoyos que hicieron presidente  a Pedro Sánchez en mayo de 2018; pero un cabreo me iba invadiendo, tanto que no me permitía  seguir escribiendo de algo feliz y no sabía por qué, no era como para ponerme furioso pero estaba muy cerca de ello y no porque el equipo de la selección española de fútbol  hubiera sido eliminado por el marroquí, que me pareció justicia histórica y que disfrutarán tanto mis amigos del otro lado del estrecho.

 Pero  hasta esta mañana no lo comprendí tras leer un mensaje en mi buzón de José Andrés Rojo, redactor jefe de opinión de El País, titulado “fondo y forma” en el que glosaba los artículos que ha publicado su periódico sobre el barullo político español reciente , tras las maniobras del gobierno para cambiar leyes de forma atropellada sin el debido respeto a los discrepantes, aunque  los voceros de la  oposición no se lo ganen por irrespetuosos y malhablados. Así como tampoco entendí porque el gobierno no dejó que el Congreso fuera quien se fajara en el lío del CGPJ, cuyos nombramientos deberían estar en el ámbito  de los representantes de los españoles y no en el del gobierno, salvo en los puestos que le corresponden. Nunca me gustó que se legislara con decretos leyes y mucho menos que se hagan cambios legales  en el tratamiento penal de la malversación, para mí el delito político  más grave en democracia,  sin elegancia (manca fineza).

Así que acabo sin terminar nada, porque para mí el fin, por justo que sea, no justifica el uso de cualquier medio para conseguirlo y en la política como en la vida sin cuidar las formas el fondo más bueno resulta cenagoso y… no me interesa.