Tras mi anterior artículo
dedicado al horror de lo sucedido en
Melilla el 24 de junio, tenía la intención de continuar escribiendo sobre
posibles soluciones realistas que evitaran las desgracias que sufren los migrantes
para entrar en Europa y a ello me animaban los comentarios que decenas de
lectores me hacían llegar con sugerencias y argumentos bien documentados. Tanto
que tras comprobar que dentro de Melilla hay un terreno baldío donde cabría un
campamento de más de diez hectáreas empecé a desarrollar mi idea de que la
mejor solución provisional sería tener un lugar en territorio español en el que
atender de forma humanitaria y digna a
los que llegan a nuestras fronteras huyendo de sus países. El control de las
migraciones es un tema de gran importancia y complejidad, que afecta a muchas
personas y a la sociedad en general. Es un problema que no puede ser abordado
por un solo país o por la Unión Europea de forma aislada, sino que requiere un
esfuerzo conjunto y coordinado. Lo ocurrido en Melilla es un ejemplo de cómo la
falta de una política adecuada puede llevar a situaciones trágicas. La creación
de un campo de refugiados puede ser una solución temporal, pero es importante
tener en cuenta que no se trata solo de atender a las necesidades básicas de
las personas migrantes, sino también de abordar las causas que las obligan a
emigrar y trabajar en soluciones duraderas y sostenibles.
Ya sé que es imposible que
todos puedan entrar en Europa, pero sí creo que mientras se consigue que todos
los que necesiten emigrar puedan hacerlo de forma ordenada y segura, lo que
para mí es un derecho humano y una libertad, nuestra obligación moral exige
atender como hermanos e iguales, como seres humanos, a los que intentan entrar
mientras se decide si pueden hacerlo y a
que país y en caso contrario para
repatriarlos al suyo de origen, todo menos empujarlos contra una valla y luego
negarles asistencia médica. Es una cuestión de humanidad y solidaridad
Pero no tenía cuerpo para ello porque me siento feliz rodeado del afecto de amigos y familiares y quería escribir algo
alegre y nada me pareció mejor que la alegría que sentía por la llegada tardía,
pero al fin llegada, de la lluvia
otoñal en cantidad suficiente para
empapar nuestra seca tierra y sobre todo tras una visita relámpago que hice el pasado
jueves 5 de diciembre al Brazo del Este, el espacio natural que prefiero desde
hace años, porque con comodidad puedo ver miles de aves en lo que es un brazo
abandonado del río Guadalquivir en medio de arrozales. Llevaba tiempo sin ir porque paulatinamente desde hace 2 años
casi no había agua y las aves brillaban por su ausencia, así que me arriesgué
un poco y aproveché que la lluvia bajó de intensidad esa mañana para acercarme, y tuve suerte pues
bajo una ligera llovizna que incluso formó un pequeño arco iris el espectáculo
volvía a ser el que era antaño: lavanderas, avefrías, calamones, patos, fochas,
garcillas, garzas, gaviotas, cigüeñas, espátulas, cigüeñuelas, agujas, incluso
tres grullas, centenares de avocetas y flamencos; de estos últimos, por ser los
más llamativos, seleccioné la foto para el artículo.
Como la sequía nos amenazaba,
tras varios años de menos precipitaciones, con un otoño poco lluvioso, el que
en los cinco primeros días de diciembre hubieran caído unos cien litros por
metro cuadrado era un motivo para estar
esperanzado si a esto se le suma que la situación económica y de empleo no iba
mal, incluso mejor de lo que habían predicho los sabios agoreros, y que el
gobierno había aprobado los presupuestos para 2023 demostrando que se seguía
contando con los apoyos que hicieron presidente a Pedro Sánchez en mayo de 2018; pero un
cabreo me iba invadiendo, tanto que no me permitía seguir escribiendo de algo feliz y no sabía
por qué, no era como para ponerme furioso pero estaba muy cerca de ello y no
porque el equipo de la selección española de fútbol hubiera sido eliminado por el marroquí, que me
pareció justicia histórica y que disfrutarán tanto mis amigos del otro lado del
estrecho.
Pero
hasta esta mañana no lo comprendí tras leer un mensaje en mi buzón de
José Andrés Rojo, redactor jefe de opinión de El País, titulado “fondo y forma”
en el que glosaba los artículos que ha publicado su periódico sobre el barullo
político español reciente , tras las maniobras del gobierno para cambiar leyes
de forma atropellada sin el debido respeto a los discrepantes, aunque los voceros de la oposición no se lo ganen por irrespetuosos y
malhablados. Así como tampoco entendí porque el gobierno no dejó que el
Congreso fuera quien se fajara en el lío del CGPJ, cuyos nombramientos deberían
estar en el ámbito de los representantes
de los españoles y no en el del gobierno, salvo en los puestos que le
corresponden. Nunca me gustó que se legislara con decretos leyes y mucho menos
que se hagan cambios legales en el tratamiento
penal de la malversación, para mí el delito político más grave en democracia, sin elegancia (manca fineza).
Así que acabo sin terminar
nada, porque para mí el fin, por justo que sea, no justifica el uso de
cualquier medio para conseguirlo y en la política como en la vida sin cuidar
las formas el fondo más bueno resulta cenagoso y… no me interesa.