El artículo de esta semana comenzó
siendo alegre porque a partir del domingo 27 de diciembre se había empezado a vacunar, lo que indicaba que estábamos a
punto de ver la salida del oscuro túnel
en el que nos había metido el maldito virus. La ciencia y el dinero habían
hecho posible lo imposible, que empezáramos a disponer de vacunas en menos de
un año. Como bien dijo el ministro Salvador Illa, sin duda parafraseando al mejor
Winston Churchill, “es el principio del fin, no nos confundamos quedan meses
por delante que no van a ser sencillos”.
Con esperanza y para tratar de
calcular cuando nos tocaría a los viejos con achaques de alrededor de 70 años
me entretuve en leer detenidamente primero los 13 folios de la Estrategia de
vacunación frente a COVID-19 en España emitida por el ministerio de Sanidad el
18 de diciembre y luego los 41 folios de la excelente y prolija guía para
profesionales editada por la Junta de Andalucía el 23 de diciembre, en la que
se explican todos los procedimientos para que los profesionales nos pongan la
vacuna con las debidas garantías, cuando nos toque. Los protocolos no parecen
españoles por lo detallados que son y la cantidad de obviedades que aclaran y
precisan y más cuando son para
profesionales que sin duda no lo necesitan, pero al parecer es una tendencia
mundial tratarnos como tontos, como en esos prospectos o manuales de instrucciones en los que te
advierten que no enciendas las estufas eléctricas cerca de las cortinas, al
parecer es para que el fabricante evite responsabilidades legales.
En medio de tan interesante
lectura recordé mi etapa de enfermero en la mili desde octubre de 1974 hasta el
mismo mes de 1975 en el cuartel de infantería Lepanto de Córdoba. Adquirí mucha
destreza en poner inyecciones de todo tipo, tanta que el brigada practicante
delegaba en mí las inyecciones más comprometidas sobre todo las que ponía a
domicilio a las mujeres y los niños de sus compañeros, hasta a bebés de meses.
Era otra época, las jeringas y las agujas se reutilizaban tras un riguroso proceso de esterilización, incluso al acabar el día
afilábamos con una piedra de mármol las agujas que se habían despuntado al
chocar con las duras carnes de los jóvenes soldados que nerviosos no relajaban
sus musculosas nalgas. Yo tenía 22 años y recién había acabado la licenciatura
de Ciencias Biológicas y quizá era el mayor del grupo de enfermeros que casi
todos eran mancebos de botica; al parecer en el departamento de Selección
pensaron que un biólogo sería también apropiado para el puesto. Éramos tan
jóvenes y alocados que cuando el
miércoles 14 de mayo de 1975 nos
dispusimos a vacunar a los soldados que les tocaba ese día, no recuerdo de qué
aunque era intramuscular en el área deltoidea del brazo no dominante como esta,
los compañeros me propusieron que yo les pusiera las agujas a todos y que ellos
me ayudarían facilitándome la tarea, en este punto debo aclarar que el brigada se había marchado a algo más
urgente porque si no, creo que no nos hubiera dejado, y dicho y hecho, unas
cuatro horas después estaban vacunados 442 soldados.
Con estos recuerdos y como si
yo fuera a vacunar a alguien ahora leía la guía y me entro la risa floja cuando
explicaba detalladamente que al vial una vez descongelado había que voltearlo
10 veces…SIN AGITAR y luego añadirle suero salino y voltear de nuevo 10 veces…SIN AGITAR y me entró la
risa porque recordé lo que decía James Bond cuando pedía un Martini que añadía
siempre:”Shaken, no stirred” que bien traducido es “agitado, no
removido” que es lo contrario que había
que hacer ahora con el vial, pero que en España siempre se ha traducido
incorrectamente en el doblaje como: “mezclado, no agitado” que es la manera correcta
de proceder en el caso de esta vacuna.
O sea que, fuera risas, en mi criterio experimentado y lamentando no poder consultarlo por culpa del maldito virus con mi hermana Nanda que de esto sabía mucho más que yo, creo que poner la vacuna es de primero de enfermería y la logística para distribuirlas está al alcance de cualquiera de las empresas que se dedican a estas cosas y que tan bien funcionan en España llevando puntualmente medicinas y viales de pruebas a farmacias, labortorios, hospitales y centros de salud. En consecuencia el objetivo de poner aproximadamente 360.000 vacunas a la semana para un Sistema Público de Salud con alrededor de 200.000 enfermeras o enfermeros me parecía fácil y sin ninguna dificultad, pero lamentablemente no ha sido así y salvo en Canarias y en el Principado de Asturias que lo tenían bien organizado, en las demás ha sido un fiasco llegando al colmo de Madrid que solo ha puesto el 6% de las vacunas recibidas y obviamente echar la culpa de ello a Pedro Sánchez o al ministro Illa no solo es de miserables, sino de sinvergüenzas que nos toman por idiotas a los demás. Confío en que haya organizaciones ciudadanas que denuncien esta negligencia culposa de los responsables sanitarios de las comunidades autónomas, porque como no creo que sean tontos, esto no tiene más explicación que un deseo claro de que todo salga mal, seguramente para fomentar el desarrollo de la sanidad privada. Algunas personas bienintencionadas reclaman la asistencia de la UMD( la unidad militar de emergencia) para una cosa que no es una emergencia pues se sabía desde hace meses y además cuando el ejército solo tiene unos 750 enfermeros en su plantilla y su capacidad para transportar materiales biológicos ultracongelados no está acreditada .