Llevaba tiempo queriendo
escribir un artículo sobre el derecho a la felicidad que yo creía tan fundamental como los derechos a la
libertad o la igualdad y por supuesto
mucho más que otros reconocidos universalmente como el de propiedad,
nacionalidad o a la educación. Pensaba mucho en ello y me extrañaba que no
figurara expresamente en la Declaración Universal de los Derechos Humanos
proclamada por la ONU en 1948. Quizá la razón pudiera ser que es muy difícil,
incluso arriesgado, considerar un derecho, protegible por declaraciones, constituciones
y leyes, algo tan subjetivo como la felicidad que el DRAE define como: Estado
de grata satisfacción espiritual y
física. Empezaba a escribir y divagaba tanto que a punto de dejarlo por
imposible me acordé que mi padre decía que en El Quijote había respuesta para
todo si se sabía buscar y busqué; efectivamente en el capítulo XXVI de la
primera parte, Don Quijote sentado en lo alto de una peña de Sierra Morena, comparándose
con su héroe Amadís de Gaula, decía de sí mismo: Que si no acabó grandes
cosas, murió por acometellas y a ello me pongo con ánimo resuelto.
Mis lecturas desde hace meses,
concretamente desde que leí el YO, VIEJA de Anna Freixas, están cada vez más
dirigidas al objetivo de documentarme para escribir un libro dedicado a la
vejez, al que trasladar reflexiones sobre esta etapa que para mí está siendo la
más feliz de la vida, para que otros puedan conocerlas y a lo mejor ayudarse en
la construcción de sus propios pensamientos. Ya llevo escritos varios capítulos
que en forma de artículos mis queridos lectores conocen y que espero no estén
siendo banales. Como la inmensa mayoría de los clásicos que ha tratado sobre la
felicidad eran hombres, estoy dando prioridad a leer libros actuales escritos
por mujeres y leyendo el otro día LOS
PLACERES DE LA EDAD de Carmen Alborch, descubrí una joya que me había pasado
desapercibida pese a conocer bastante a su autora en mi época audiovisual y en
la de bioético lego, se trata de LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD de Victoria Camps
que recomiendo vivamente por ser breve, ligero y documentado pero sin las
odiosas anotaciones de los ensayos
académicos y además porque me ha dado el título de este artículo.
The pursuit of hapiness (la
búsqueda de la felicidad), es uno de los tres derechos inalienables que
reconoce expresamente la Declaración de independencia de los Estados unidos de
América suscrita en Filadelfia el 4 de
julio de 1776 junto a la vida y la libertad y no el de propiedad como algunos
creerían o el de la seguridad personal que es el tercero de la Declaración
Universal. La idea que obviamente venía cociéndose desde el principio de los
tiempos, mucho antes de que un joven Jefferson lo escribiera, es que cada uno
de los humanos aspiramos a ser felices
y al organizarnos democráticamente establecemos que el gobierno tiene la
obligación de ayudarnos a conseguirlo, aunque sea de suyo una aspiración, un
deseo, individual. El siglo de las luces cristalizó este destino
del hombre a ser feliz en la vida terrenal, superando, a mi juicio, la
concepción religiosa de que la felicidad solo puede alcanzarse de forma plena en una vida futura, después de la muerte, si
se ha vivido conforme a los preceptos que dios estableció para los humanos. Desde
que soy adulto y mucho más desde que soy viejo, vivo en la creencia de que la
felicidad a la que aspiro es para esta vida y sin duda es la que los estados
deben ayudarnos a conseguir a los ciudadanos, ampliando y garantizando para
todos lo que conocemos en Europa como el estado del bienestar , sin el
que no es posible una vida digna para la mayoría y la base cierta para alcanzar
la felicidad individual
La felicidad que se busca está
dentro de uno mismo, claro, y esa verdad
la sabemos desde la atalaya de los años vividos, a poco que seamos críticos con
nuestra vida y si eso nos duele, observando la vida de los demás. Ni la
riqueza, ni el poder, ni el éxito, ni siquiera el amor garantiza la felicidad,
salvo de forma efímera, es decir que nos pueden conseguir momentos felices
que duran más o menos tiempo pero no la
felicidad plena. No estoy seguro de que el estado de felicidad pueda ser
permanente y desde luego no quiero alcanzarla con la ayuda de una droga como la
soma de la distopía UN MUNDO
FELIZ de Aldous Huxley, aunque comparto con el autor que el secreto de la felicidad
es que te guste hacer lo que debes hacer y amar el destino que tienes como si
fuera el mejor.
Y es aquí mientras voy
acabando, cuando dejo sin resolver el
dilema entre si se debe buscar la buena vida, la que satisface nuestros
deseos, o la vida buena la que nos hace sentir bien mientras vivimos
conforme a nuestros valores.
La fotografía del tronco retorcido de una sabina la hice en agosto de 2019 en Catalañazor.