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miércoles, 2 de febrero de 2022

BREVERÍAS 30. MI ABUELO ENRIQUE-2

 


Sé que debería entrar en el fango de la actualidad y escribir algún artículo sobre la reforma laboral, las tretas de los secesionistas, el lío de Ucrania, la superioridad moral de la derecha. el final del capitalismo, el triunfo socialista en Portugal, el insoportable hedor de la justicia, pero no me apetece nada estrujarme las meninges para ser diferente de otros muchos que ya han escrito  y publicado sobre ello, así que sigo con mis recuerdos infantiles preñados de pasión por los viejos que tuve la suerte de disfrutar y que tanto me ayudan a intentar ser un viejo estupendo,,... por si os sigue interesando.

Las tardes del verano son siempre muy largas y en Alizné me parecían mucho más, pues  tras la comida venía la siesta obligatoria, que tanto odiábamos los niños. Nadie nos obligaba a dormir  pero ningún ruido estaba permitido hasta que los abuelos abrían la puerta de su dormitorio y comenzaban a bajar las escaleras, aproximadamente a las cuatro y media de la tarde. Tras la merienda muchos días había   estudio y repaso con la tía Nati, de lo que yo afortunadamente estaba exento y mientras me dedicaba a leer  sentado en una silla baja en la esquina que ocupaba la librería y mi abuelo estaba enfrente en su despacho  haciendo sus cosas, ambos teníamos buena luz porque en medio teníamos una ventana con los postigos abiertos porque estaba orientada al sur. En el estante bajo de la librería había dos colecciones de revistas ilustradas sobre la Segunda Guerra Mundial publicadas mientras esta tenía lugar, una era de mi abuelo en blanco y negro, favorable a los aliados y otra en color, SIGNAL, nazi total, era de su hija Nati  y me encantaba porque en ellas  además de la parafernalia bélica, vi por primera vez mujeres rubias en bikini, margarina, leche y huevo en polvo…y otras invenciones alemanas, pero claro, “como hasta de pichones se harta el rey” yo también me harté de ver semejantes maravillas, tanto que acabé  reparando que en los estantes de arriba  había muchos libros aparentemente iguales con la bandera española en el lomo. Mi abuelo se percató de la situación y me dio mi primer libro de mayores que recuerde, era TRAFALGAR de Benito Pérez Galdós y yo tenía ocho o nueve años. Es la primera novela de los Episodios Nacionales y al principio de ella Gabriel Araceli cuenta en primera persona sus andanzas infantiles de niño de la calle en Cádiz, luego embarca como grumete para participar en la batalla de Trafalgar en el otoño de1805. Mi identificación con el personaje fue absoluta y mi deseo infantil de vivir aventuras era tal que no podía dejar de leer las suyas y además cuando la acabé había más, otras nueve novelas con el mismo protagonista viviendo los sucesos más destacados de la Guerra de la Independencia  hasta la derrota de los franceses en la Batalla de los Arapiles que no nos hizo más libres a los españoles pero que nutrió nuestro orgullo patrio. Acabada la primera serie, continué leyendo las siguientes y reconozco que Galdós me ha acompañado siempre, igual que El Quijote del que mi padre sabía párrafos enteros.

Desde entonces establecí con mi abuelo Enrique una enorme confianza intelectual, pues él me había descubierto un tesoro inagotable de joyas literarias solo para mi entretenimiento, mientras que mi padre que también me aconsejaba lecturas lo hacía con un carácter menos lúdico y más educativo, por más que lo dulcificara comprando bellas versiones ilustradas.

Cuando  en la puerta de entrada había ya sombra podíamos salir a jugar un rato o nos organizaban algún juego los mayores, o te podías alejar un poco de la casa siempre que estuvieras atento para volver  enseguida si te llamaban. A la caída de la tarde mientras empezaba el rosario de la abuela Juana, veíamos entrar algunos patos que venían de comer en la campiña y pesadamente acuatizaban en el embalse para pasar la noche. Un día mi abuelo estaba preparado  con su escopeta y  disparó; vimos caer herido uno de ellos, salimos corriendo a buscarlo en una colina cercana, donde estaban unas peñas en las que solíamos jugar, tanto que le habíamos dado nombre: CRISENJURA(acrónimo de las primeras sílabas de los nombres de los cuatro niños descubridores) y por allí aleteaba el pobre animal que nos costó sacar “dios y ayuda” de un matorral pinchudo donde se había refugiado. Ufanos y contentos de nuestra hazaña regresamos a la casa con la presa que al día siguiente nos guisaron y comimos, aunque me gustó menos que los pollos camperos o conejos que nos ponían de vez en cuando.

Él me enseñó a montar bien a caballo y a dominarlo sólo con una mano para sujetar las riendas, que para ello debían estar cortas pues de esa forma bastaba con un pequeño movimiento, mientras que la sujeción del cuerpo correspondía a las piernas, supongo que para dejar libre la otra mano con el fin de  portar el arma que todo caballero debe llevar en la caballería andante.

También me pagó mi primera paga agrícola por desvaretar en septiembre algunos olivos, un día que una cuadrilla estaba haciendo esa faena, debió darse cuenta de que me hacía falta dinero. Con estas cosas la confianza que teníamos se fue transformando en   complicidad  que duró hasta el día que murió, demasiado pronto, cuando yo tenía solo once años, pero no adelantemos acontecimientos.