Napoleón es un personaje histórico que me apasiona porque
representa hasta dónde puede llegar una persona corriente y acomplejada, pero llena
de ambición, si encuentra el momento
oportuno para desplegar toda su inteligencia y alcanzar sus enloquecidos
objetivos de dominación del mundo que les rodea, sin que le importe una higa los sufrimientos y
muertes que suelen producir estos seres que sin embargo, en un esclarecedor
ejercicio de amnesia colectiva, la mayoría de los humanos consideran unos
grandes hombres y merecedores de estatuas y monumentos.
Antes que él recordamos a Alejandro Magno, Julio César o
Gengis Khan y después de él a Leopoldo, Lenin, Stalin, Mao o Hitler por no
citar más a los que fueron responsables de millones de muertes y no ser
exhaustivo añadiendo los que solo “jodieron” a su patria. Desgraciadamente estos
personajes se siguen produciendo ahora y seguirán cuando nosotros estemos
muertos, pues, a mi juicio, estos “monstruos”
u “hombres fuertes”, son un tipo más de seres humanos que surgen en algunos momentos especiales y son
producto de como tenemos organizadas nuestras sociedades.
Thomas Carlyle creía que “la historia del mundo no es más
que la biografía de los grandes hombres”, yo desde luego soy más de Freud cuando escribió: “la
necesidad humana de buscar la salvación en un hombre fuerte, es la expresión de
la añoranza por una figura paterna” y que no son los grandes hombres quienes
provocan los acontecimientos, sino que los acontecimientos crean la oportunidad
del surgimiento de estos líderes.
Napoleón destaca tras la revolución francesa cuando esta se
ahoga en sangre y Francia está cercada y en una gran guerra civil de todos
contra todos, justo en el interregno que Alexander Herzen denominó “la viuda encinta”,
en el periodo posterior al fin del antiguo régimen y anterior al nacimiento del
nuevo con la revolución “estabilizada”.
Pues bien la película va de eso y desde mi punto de vista lo
borda pues queda claro como Napoleón aprovecha las circunstancias para hacerse
con el poder en el seno del desorden revolucionario y asi poner el nuevo régimen
a su servicio hasta coronarse emperador y colocar a todos su hermanos y mariscales de reyes o príncipes. Que fue un
genio militar no lo discute casi nadie y menos los ingleses que suelen elevar a
los altares a quienes los han derrotado, pero la película no va de eso, ni está
hecha a mayor gloria del personaje, como si lo está la clásica de Abel Gance (1927)
hasta extremos ridículos en sus casi seis horas de insufrible metraje que
siempre me recordaron a FRANCO, ESE HOMBRE, tratando demostrar que desde su
nacimiento tenía ese destino glorioso.
Que la película tiene muchas batallas, sin duda, pero es que
hoy gusta mucho la acción. Lo sustancial del guión no es el desbordamiento
sanguinario, que solo forma parte de la coreografía para que luzcan los momentos
íntimos y personales que sin duda ha sido la intención del director. Son magistrales los momentos chispeantes con Josefina y los envarados con
su madre Letizia, una auténtica matriarca corsa a la que trató de satisfacer , a su manera,
toda la vida. De su madre decía: “cuando ella muera, solo me quedarán
inferiores” y ella llegó a escribirle: “cuánto mejor me hubiera estado la
esterilidad que haber contenido en mi útero un monstruo”. La escena del
divorcio está literalmente copiadas del Napoleón (1955) de Sacha Guitry y la de
la coronación del descomunal cuadro de Jacques- Louis David, donde por cierto
obligó al pintor a meter a su madre que se negó a asistir.
No doy más detalles porque recomiendo ir a verla y disfrutar
del cine y sobre todo de la música, con una banda sonora excepcional de Martin
Phipps en la que introduce algunas piezas del repertorio clásico, como de la
Creación de Haydn o la maravillosa
melodía de Orgullo y Prejuicio. En varios momentos que me resultaron sublimes participan
dos coros corsos, que recuerdan a los bizantinos y que concretamente en el
Kyrie me llegó a emocionar.
Si eres de los que crees que el cine tiene la obligación de
tratar a Napoleón como lo hace un historiador puedes ver los cuatro
largometrajes de la excelente serie televisiva que dirigió en 2002 Yves
Simoneau. Si admiras a Napoleón y crees que fue un personaje predestinado, puedes
disfrutar del clásico del cine mudo de Abel Gance después de tomar mucho café
bien cargado. Si te gusta reír, nada mejor que LA ÚLTIMA NOCHE DE BORIS GRUSHENKO
(1975) de Woody Allen, pero si crees que
el cine es algo más, que sin perder de
vista el ser atractivo, tiene la obligación de desvelar gracias al guión y a unas brillantes interpretaciones las causas profundas de
los comportamientos humanos, no lo dudes, este Napoleón merece la pena, aunque
no le guste al “pistolero y asesino” Arturo Pérez o al siempre descontento
Boyero. Es un PELICULÓN