Los inocentes murciélagos
tienen mala fama, además de por su
aspecto que mucha gente considera repugnante, por que sabemos que en su cuerpo viven muchos virus que en algunas circunstancias, y
normalmente tras el paso intermedio por otros animales pueden infectar a la
especie humana y producir enfermedades graves, incluso mortales como la que ha
provocado la pandemia que nos aflige. Lo
mismo pasa con otros muchos animales como las bellísimas aves migratorias, pero
ellas no cargan con el sambenito de peligrosas. La probabilidad de que un pequeño murciélago como el del dibujo nos
transmita una enfermedad es muy escasa pues no solemos tocarlos y ellos nos esquivan
hábilmente, duermen de día, vuelan de noche y se dedican a comer sin parar
insectos con los que se alimentan y así las hembras consiguen desarrollar en
sus vientres en menos de dos meses las
crías que luego amamantan durante otros dos; en ese periodo que va de abril a
agosto se refugian en grietas de nuestros árboles o edificios y consiguen mantener a raya a los molestos
mosquitos, solo hay que saber que no
debemos tocarlos nunca pues asustados podrían mordernos, y sus excrementos no
debemos tocarlos en ningún caso por si
tuviéramos alguna herida y eliminarlos en la basura.
Son las panarras (Pipistrellus
pipistrellus), los murciélagos más
frecuentes y pequeños, al menos en Andalucía, su tamaño es de entre 28 a 35 mm y su peso de entre 3,5 a
8,5 g , cuatro veces más pequeños que las golondrinas pero su envergadura es casi
igual, dado el enorme desarrollo de sus alas que sin duda sirvieron de modelo a
Leonardo da Vinci para diseñar su artefacto para volar.
Este verano en la casa de la
playa hemos descubierto que teníamos alojados panarras en una cámara de aire
del tejado al que acceden a través de una pequeña grieta casi imperceptible.
Hasta ese momento solo los habíamos visto evolucionar por el aire grácilmente
persiguiendo su comida con tanta belleza o más que golondrinas , vencejos o
aviones que sobreviven pese al hostigamiento de muchos propietarios molestos
por las deyecciones de esos pájaros y que sin tener en cuenta el beneficio que les producen, derriban sus nidos o impiden que puedan construirlos.
Como soy biólogo y curioso decidí observarlos detenidamente y el 22 de agosto me aposté quince minutos
antes de la puesta de sol a verlos salir y contarlos. Oía un ligero murmullo
pues estaba a unos siete metros del orificio. Aproximadamente 2 o 3 minutos
después de la puesta de sol salió el primero y mi sorpresa fue que en media hora habían
salido 210 ejemplares y luego, silencio
en la “cueva”. Falté varios días y el 28 sucedió lo mismo pero ya solo salieron
120, al día siguiente 132. Otra ausencia y a la semana eran solo 4, al día
siguiente 3 y desde el 8 de septiembre ninguno. Asesorado por mi amigo y compañero
Pedro Romero-Zarco, experto en espeleología y en muchas más cosas, comprendí
que lo que había tenido era una colonia de cría y que posiblemente hasta el año
que viene no vuelvan a instalarse para hacer lo mismo, él me facilitó tres
cajas de corcho que se usan para que puedan refugiarse en sitios con pocas
oquedades y por si decidía cerrar el orificio ofrecerles en ellas un
alojamiento. Tras comprobar la solidez del forjado, la ausencia de humedades y
la saña con que son perseguidos decidí
que iba a proteger esta colonia de unos animales que solo dan beneficios y me
limité a limpiar la pared.
Recordé el capítulo 22 de la
segunda parte de El Quijote dedicado a la hazaña espeleológica de nuestro
caballero andante que desciende a la famosa cueva de Montesinos en la localidad
manchega de Ossa de Montiel, que estaba y está habitada por distintos animales
alados incluidos los murciélagos que
salieron en tropel al descender el hidalgo. Es curioso que Cervantes detalle la
longitud de “casi 100 brazas” ( unos 165
metros) de la soga que se compró y la forma en que se la ató para que Sancho y
el primo pudieran bajarlo y al final izarlo. Con ese recuerdo y para
hacer más placentera la tarea de contador de panarras decidí que la maravillosa
voz de Jesús Brotons me leyera El Quijote al oído, cada día dos capítulos. Me
gusta oír algunos libros, sobre todo los clásicos, y la obra de Cervantes me
encanta y esta grabación hecha por el Estudio Roma de Zaragoza en 2005 es
perfecta y deliciosa.
El gran pintor José Ribera ”Lo
Spagnoletto” (el españolito, porque era bajito y tenía a gala decirse español,
había nacido en Xátiva y vivió desde muy joven en Italia) hizo este curioso dibujo del murciélago y dos orejas humanas. El murciélago, que también figura en el
escudo de la ciudad de Valencia, sostiene el lema “Fulges semper virtus”
(La virtud refulge siempre). Está tan
bien dibujado que se puede identificar claramente como Pipistrellus
pipistrellus y como el pintor falleció en Nápoles en 1652 faltaban todavía
más de 120 años para que el naturalista alemán Schreber, discípulo del sueco
Linneo, le otorgara en 1774 su nombre científico.
Espero que el año próximo
críen de nuevo en la que de alguna manera es su casa.