El 23 de febrero de 1981 tenía 29 años, vivía en Córdoba, estaba felizmente casado desde hacía seis y
tenía dos hijos, Lucía a punto de cumplir tres años y Guillermo con sólo seis
días. Daba clases en la Escuela de Magisterio
de Biología celular y Didáctica de las Ciencias Naturales, hacía muchas
prácticas de campo con mis alumnos, trabajaba en la tesis doctoral sobre las
glándulas adrenales de la Rana ridibunda en la Facultad de Veterinaria y
me preparaba intensamente desde hacía un año las oposiciones al cuerpo de profesores agregados de Escuelas
Universitarias, cuyo tribunal presidido por
Fernando Gil-Albert Velarde,
catedrático de Fitotecnia III de la
Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de Madrid acababa de ser
publicado en el B.O.E. del día anterior. No tenía un minuto libre, pero la
vida me sonreía, sobre todo porque pocos años antes las cosas no estaban tan claras
para mí.
Tras acabar la licenciatura en
ciencias biológicas en junio de 1974, me tocó hacer el servicio militar durante
los siguientes dieciséis meses en los
que no fui desgraciado pero casi, porque fue un paréntesis muy largo en el que debías reprimir las
libertades de las que habías disfrutado siendo estudiante universitario. En
octubre fui contratado a media jornada como profesor en el Colegio Santa Victoria de las
escolapias en Córdoba y a principio de noviembre en la Escuela de Magisterio,
Franco murió el 20 de noviembre y nos regocijamos llenos de esperanza
precavida. En diciembre de1975 me había afiliado a la UGT y participaba
activamente en la lucha por la democracia, la amnistía y la libertad, tanto que
fui despedido por “rojo” de la Universidad de Córdoba junto con otros
compañeros. Tuvimos que luchar, manifestarnos, encerrarnos; la policía y la
guardia civil vigilaban nuestros movimientos, fui amenazado de muerte por los
fascistas , pero finalmente ganamos y en abril de 1977 empezamos a transitar de
verdad por las anchas avenidas de la libertad camino de las primeras elecciones
libres desde 1936. Nunca podremos olvidar ese tiempo en el que todos los
demócratas éramos compañeros y amigos y al fin a cara descubierta distribuíamos
propaganda, nos ayudábamos y hacíamos bulto en todos los mítines que se
celebraban en Córdoba y provincia, sobre todo en la inmensa plaza de toros
dónde teníamos que estar más de 20.000 personas para que pareciera llena y siempre lo estuvo. Tras el escrutinio, los comunistas estaban
decepcionados por el parvo resultado comparado con el de los socialistas, pero
como lo importante no era ganar sino poder estar libres, nos aprestamos a
disfrutar de la libertad recién estrenada y a trabajar a destajo para
conquistarla en todos los ámbitos de nuestra vida, fueron muy buenos años,
tanto que casi nos habíamos olvidado del pasado y de que la libertad se puede
ganar con esfuerzo, pero que es mucho más fácil perderla.
Fueron casi cinco años muy
productivos e intensos compartiendo
ilusiones con muchos familiares y compañeros que considerábamos amigos por la
complicidad con la que actuábamos para cambiarlo todo enseguida, es verdad que
tratábamos de no pisar demasiados callos, pero la osada juventud nos hacía ser un poco inconscientes y no
queríamos ver los signos golpistas que había.
La tarde del 23 de febrero ,
Lola, mi mujer, estaba en casa con el bebé y había quedado con el compañero que
la sustituía en el instituto para explicarle como llevaba ella el curso y yo
había comido cerca de la Escuela de Magisterio y tras recoger a Lucía de su
guardería me llegué a casa de mis padres
haciendo tiempo para llegar un poco más tarde
y no interrumpir a Lola. A mi hija le encantaba porque había juguetes y
porque mis hermanos pequeños estaban en la edad de jugar con ella. Poco después
de las seis y a punto de bajar para irnos notamos un revuelo en la parada de
taxis de la calle, pero como este gremio es un poco ruidoso no le dimos mayor
importancia. Con la niña sentada en la parte de atrás del seat 127 oí a uno que
comentaba en alto:” la guardia civil ha asaltado el congreso” y sin pararme
salí pitando con la radio puesta en la cadena SER mientras mi niña pedía que le
pusiera los villancicos que tanto le
gustaban, empecé a ser consciente de lo que estaba pasando y a tener miedo
porque ya no era yo, sino nosotros.
Ya en casa les conté lo que
estaba pasando y el compañero se marchó rápidamente, pusimos la televisión y la
radio y seguíamos los acontecimientos pero con muy poca información y se notaba
la disminución del tráfico. Cuando supimos que los tanques estaban en las calles
de Valencia nos temimos lo peor pues el capitán general de Sevilla era Merry
Gordon un claro franquista y pensamos lo mal que estaría pasándolo mi hermano
Enrique que hacía sus prácticas de alférez
en el cuartel de Artillería de Sevilla, él luego nos contó que fue
acuartelado, repartió munición y le asignaron como objetivo el edificio de
Correos, nada era de broma.
Sin noticias de lo que pasaba
en Córdoba porque nuestra calle era una perpendicular a la avenida del
Brillante cerca del Granito de Oro, demasiado lejos del centro y ardía en ganas
de comprobar personalmente cual era la situación de los militares confiando en
la impresión que tenía de que el gobernador militar no era un golpista. Ni
corto ni perezoso a eso de las 11 de la noche bajé y aparqué en el Gran Capitán
para llegarme andando al gobierno militar que tenía la puerta abierta pero no
había movimiento, no me crucé con nadie y un poco más tranquilo regresé. Al
pasar delante de la casa de Manuel Gracia, caí que su familia estaría muy
preocupada porque él era uno de los diputados retenidos por los golpistas y me
acerqué, pero al no ver luces ni movimiento no llamé.
En casa, los niños estaban
durmiendo y Lola siguiendo las noticias, al poco fue la intervención del rey y
mucho más tranquilos, al rato, nos fuimos a la cama. Todo lo horrible que se me
había pasado por la cabeza podía haber sucedido pero afortunadamente no ocurrió pero si que supe
que había que asumir un mayor compromiso político y al día siguiente por la
tarde me llegué a la sede del PSOE que estaba en la calle Juan de Mena para
afiliarme y así reforzarlo; no era el único que había pensado lo mismo, pero no pudieron apuntarnos porque la
tarde anterior los viejos militantes habían llevado los archivos a la vecina
parroquia de la Compañía, cuyo párroco don Joaquín Canalejo Cantero era
demócrata. Mis viejos compañeros
seguramente no habían olvidado como tras el 18 de julio de 1936, los golpistas
de entonces se habían incautado de los archivos de afiliados para cazarlos,
detenerlos y al poco, asesinarlos por el gravísimo delito de sus ideas en tal número que sin error
podemos considerar un genocidio lo que ocurrió en Córdoba.
Claro que lo que pasó, pasó y
todos nos volvimos más prudentes y pese a ello la sociedad al año siguiente
votó socialista mayoritariamente y aunque siempre estaremos afrontando desafíos
como fue el terrorismo de ETA, ahora el secesionismo catalán y siempre la lucha
inacabada contra la desigualdad debemos saber que nada, salvo la muerte, es para siempre y que la
libertad, se puede perder si creemos que la tenemos por derecho y no luchamos
por ella todos los días, porque como escribió Cervantes al principio del capítulo 58 de El Quijote: "
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