SÁBADO 20 DE JUNIO DE
2020
El pasado 7 de junio Rafael
Yuste y Darío Gil, dos científicos españoles que triunfan en USA, publicaron en
El País un artículo titulado “Que la ciencia revolucione la política” que
suscitó un vivo debate en un grupo de wasap que compartimos unos cuantos amigos
y compañeros de cuando estudiábamos ciencias biológicas en Sevilla hace ya
medio siglo y que felizmente nos hemos reencontrado. Todos son bastante
instruidos y procuran ser respetuosos
con los demás pero muy discutidores de las opiniones ajenas, con
argumentaciones a veces largas que son posibles gracias a que escriben con teclado. A mi me resultó
muy motivador para pensar, aunque el artículo empezaba mal, basando su
razonamiento en la afirmación inconsistente de que hay países que han aplicado
el conocimiento y la ciencia y tomaron decisiones más tempranas, sin poner ni
un caso, sencillamente porque hay casos que sí y otros que no, supongo que esa
afirmación la hacen desde su experiencia en USA, dado el comportamiento
irracional y anticientífico de Trump. Apoyaban
muy acertadamente la conveniencia de que los criterios científicos sean más
tenidos en cuenta en la política para lo
que debería haber más político científicos y sobre todo mayor formación
política en general, pero incluía entre otras propuesta muy atinadas la de que
en los gobiernos hubiera una vicepresidencia científica, lo que me puso los
pelos de punta, porque es un regreso al pasado de los gobiernos tecnocráticos y
porque creo que la ciencia, como la
educación, la salud o la guerra son cosas muy serias para ponerlas en manos de
sus especialistas.
El artículo concluía con un texto en el que
todos estábamos de acuerdo: “A estas alturas está muy claro que una
preparación científica adecuada para catástrofes naturales es clave para salvar
millones de vidas y miles de millones de euros en la economía global. Tenemos
que encontrar una mejor manera de aprovechar el poder de la ciencia para
mantener a nuestro mundo seguro. La ciencia no solo nos ayudará a derrotar al
mortal coronavirus, sino que también será fundamental para abordar otras
amenazas importantes como el cambio climático y la resistencia a los
antibióticos. Si la humanidad alguna vez necesitó una llamada de atención para
reconocer el valor de la preparación científica y la colaboración, seguramente
es esta pandemia. La ciencia es vital para nuestra futura prosperidad y salud;
siempre lo ha sido y siempre lo será.” El problema es como hacerlo de forma
eficaz.
Con ser este tema interesante,
fue más interesante para mí un debate colateral que surgió a raíz del
comentario de una compañera que escribe
poco, porque comprometida con una causa altruista no tiene tiempo, y que suele
ser profunda en sus intervenciones y entre otras cosas dijo: ” Este debate es enriquecedor
pero a mí me sugiere otros puntos de vista. Creo que lo que necesitamos son políticos honestos, leales, veraces y humildes… Si nuestros políticos fueran
humildes admitirían que no saben sobre determinadas cuestiones y preguntarían,
en este caso a científicos. Admitirían también qué hay de verdad en el
planteamiento del otro, porque a veces, incluso el más alejado ideológicamente
a ese político dice cosas ciertas y sensatas. Pero eso es pedirle peras al olmo
y por el momento no las da, aunque un comité de expertos se empeñe en que lo
haga”. Gracias a ella, como en una
buena tertulia, cambiamos de tema antes
de agotarlo del todo y saltamos al muy interesante de las virtudes necesarias
para los políticos. Todos estaban muy de
acuerdo con ella, salvo yo que, seguramente desde un moderado cinismo, algo
provocador, desde hace tiempo considero que si sustituimos honestidad, que en español
se destina a las cosas de cintura para abajo, por honradez, esas serían las características de una buena
persona de la que te gustaría ser amigo, de hecho mis amigos poseen esas
características, pero no tengo tan claro que sean las de un buen político, pues
en democracia elegimos a nuestros gobernantes para que nos gobiernen no para
que nos den ejemplo y desde luego no por el ser, sino por el parecer, no por la
esencia, sino por la apariencia.
Mis dos políticos favoritos
del siglo XX, Winston Churchill y Nelson Mandela eran dos corruptos
demostrados, pero los admiro porque en situaciones casi imposibles sacaron a sus pueblos del hoyo
donde los habían hundido los anteriores gobernantes. Churchill no tenía ningún
escrúpulo en aceptar regalos, algunos millonarios y Madiba dejó
que su familia se enriqueciera. Se cumple el famoso dictum de Acton: “El
poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente” que fue escrito por dicho lord liberal en 1887 y se
completaba con: “Los grandes hombres son casi siempre hombres malos, incluso
cuando ejercen influencia y no autoridad: más aún cuando sancionas la tendencia
o la certeza de la corrupción con la autoridad”.
A Gregorio Magno, que de poder
entendía mucho pues fue Papa, como su abuelo y su bisabuelo y luego
Santo, el Papa Francisco atribuye el
adagio “Corruptio optimi, pessima”, que
traducido nos indica que la peor
corrupción es la de los mejores, que es una cosa de siempre pues a lo que parece ya en el siglo sexto era
frecuente.
Nunca he compartido la tesis,
que publicitaba Julio Anguita, de que hay que votar a los hombres más honrados
con preferencia sobre cuál sea su ideología, cuando será esta la que
determinará las políticas que lleve a cabo de llegar al gobierno y además
porque la honradez de muchos es por falta de
oportunidad y es muy difícil de
mantener cuando se tiene la posibilidad de corromper o ser corrompido
como ocurre cuando se ocupa el poder, cualquier poder por ridículo que sea y la
mejor manera de luchar contra la corrupción son las leyes, la vigilancia, la
libertad de prensa y la justicia independiente, no el hecho de que alguien nos
haya parecido honrado a la hora de elegirlo.
La honradez es una condición
necesaria para todo y la lealtad, la veracidad y la humildad son muy
deseables pero imposibles que se den a la vez en puestos de mando y el que menos la humildad, quien es humilde no
se postula para unas elecciones o aspira a una jefatura y mienten los que
alardean de humildad para hacer más atractiva su propuesta. Yo no he conocido
nunca a ninguno que lo sea en ningún ámbito del poder, ni creo que lo haya
habido nunca. Otra cosa es los muy inteligentes que parecen humildes y escuchan,
de esos si he conocido, pero pocos y ninguno alardeaba de humilde, ni de
honrado, siéndolo.
Algunos de los que gozan de
fama de humildes en el mundo público , poseen lo que de joven
estudiante me decían que era humildad farisaica, falsa y afectada, que denunció
Jesús de Nazareth o Teresa de Jesús en Las Moradas, es lo que coloquialmente se
llama “humildad de garabato”, en nuestra bella y expresiva lengua. Lo peor es
que incluso ellos mismos en un ejemplo de corrupción moral se la
atribuyen, sin ningún pudor y sin que
nadie se lo afee, pero cuando los observas con un poco de detalle descubres sus grande egos, argentinos, como
contó el papa Francisco en un chiste e incluso patología mentales asociales y es que nadie adornado con esas cuatro virtudes
y en su sano juicio se dedicaría a ser jefe de nada o duraría muy poco tiempo, creo yo.
(La xilografía alusiva a la corrupción fue hecha en 1893 por el gran pintor Simeon Salomon)
No hay comentarios:
Publicar un comentario