Cuando llega Navidad o Semana Santa nos suele invadir la
nostalgia del mundo de sabores y olores de nuestra infancia; la memoria de lo
cotidiano nos ancla a nuestra familia, a nuestras raíces y al pasado en
general. Añoramos sobre todo la comida de nuestras madres, seguramente porque
comemos todos los días y porque es lo
más fácil de reproducir del mundo de ayer. Los que recordamos nuestra vida
anterior a los locos sesenta del siglo XX, sabemos lo que han cambiado las
cosas, incluso las más cotidianas. No tengo que cerrar los ojos ni hacer mucho
esfuerzo para ver a mi madre en la cocina, por la mañana temprano, metiendo en la hornilla abierta en
el poyete, papel y unas maderitas a las
que metía fuego con una cerilla para que luego prendiera en los carbones que
una vez incandescentes iban a permitir calentar la leche o tostar el pan, si
había sobrado del día anterior y si no, me mandaba al Horno de la Cruz a
comprar tortas. Era una cocina que generaba poca basura porque las sobras más
abundantes eran restos vegetales de los que se encargaban una docena de
gallinas que teníamos en un gallinero en la terraza, así los huevos eran
frescos; luego, esa habitación fue costurero y lugar de oír la radio en las siestas y
finalmente, cuando la familia creció mucho, el dormitorio que compartía con mi
hermano José María y que aunque era muy frío nos encantaba porque estaba independiente
al otro lado de la terraza.
Los que vivimos esa época hemos visto segar a mano, trillar en la era,
aventando después para separar el grano
de unas espigas que habíamos visto nacer y crecer en campos con surcos
arañados con el mismo arado tirado por
animales como en tiempos de los romanos. Los más jóvenes ya no saben nada de
esto. Andrés, uno de mis sobrinietos, viendo un imagen de un teléfono de sobremesa con disco marcador, los modernos que aparecieron a principio de los setenta, no sabía que era. Todo va tan deprisa que cuando hablo de mis recuerdos parece que tuviera
más de mil años.
Ordenando libros he encontrado
un elegante catálogo de una exposición de la Fundación Machado que tuvo lugar
al acabar los fastos del 92, la portada
es la foto que ilustra este artículo que copia su título. El catálogo, con
textos magníficos de autores reputados como Antonio Gala o su paisano Muñoz Molina
entre otros, nos lo dedicó Paco “Tito” muy cariñosamente a mano de forma primorosa, lo hizo mientras hablábamos con él,
con la misma letra en la que está escrito un maravilloso texto sobre su
memoria del que entresacaré algunos
párrafos para continuar con sus palabras que expresan mejor que las que yo podría escribir, lo que es la
memoria de lo cotidiano.
“Mi Memoria: Siempre he
envidiado a las personas que poseen la virtud de la memoria. Gracias a ellas
podemos todos saber algo más de nosotros mismos. Son como legajos que, aunque
algo borrosos o picados por la carcoma, sin necesidad de leerlos nos dicen una
y otra vez el camino que hemos recorrido. Y es por esto que, desde que poseo
razón, escucho atentamente y con admiración a toda persona que tiene algo que
decirnos…
Cuando yo tenía solo once
años, dejé de ir a la escuela para trabajar con mi padre y aprender el oficio
que, para mí, es como una carrera universitaria, sin libros de texto, pero sí
con los exámenes que cada día tiene uno mismo que ponerse. Todo mi afán era
parecerme a los “mitos” que, en repetidas conversaciones, eran recordados por
los viejos. El que mejor y en menos tiempo hacía su tarea diaria…Yo he conocido
treinta alfarerías en la calle Valencia y he querido aprender lo mejor de cada
uno de sus maestros y, al final, sólo he aprendido lo que sé.
Eran tiempos difíciles a mediados de los cincuenta donde, además de
trabajar muy duramente, apenas se sacaba para comer…Sin embargo y, muy a pesar
de todo, recuerdo aquello con añoranza. Había comunicación entre compañeros.
Era hermoso ver como en cualquier momento y en cualquier alfarería, podían
juntarse ocho o diez maestros para saborear el tabaco de una única petaca que,
en ocasiones, se había cultivado de forma clandestina en el corral de alguno de
ellos. Era hermoso ver como los demás ayudaban a terminar la tarea algún
domingo al más atrasado, para después tomarse entre cuatro una botella de vino
“aguado” y disputada en una partida de cartas. Era hermoso ver como cualquier
cochura era compartida entre varios y, en invierno, entre demasiados. Era
bonito, aunque triste, ver cómo cualquier carguero de la Loma, o del Condado, o
casi del límite con Albacete, llegaba con sus burros o su carro para comprar
unos “duros” de labor al precio que estuviera el duro.
Ahora todo es distinto y, como
consecuencia de las necesidades de consumo que nosotros mismos nos hemos
impuesto, nos hacemos más ambiciosos y deshumanizados…Es necesario, pues,
alimentar el espíritu con la memoria de lo cotidiano, mientras reconstruimos el
presente para que perdure nuestra profecía,…lo que hemos sido y lo que somos
ahora. Mi memoria son los cacharros que continuamente me hablan de un pasado
que siempre debemos tener presente”
Paco “Tito” es un alfarero de
Úbeda que nos honró con su amistad, heredada de la que tenía con nuestros
amigos Ana Córdoba y Alberto Fdez.
Bañuls. Lo visitamos en su taller del número 22 de la calle Valencia, la calle
de los alfareros, dónde compartimos cigarrillo con su padre, el abuelo “Tito”
que seguía trabajando en el alfar haciendo infinitos trébedes mínimos y que diariamente
decía: “A las doce, pobre o rico, un cigarrico”, ante de que falleciera
en 1998. Paco es un artista que hoy con
78 años sigue creando en el alfar del sótano y arriba está un museo que nadie
debería perderse porque si hay algo ancestral en nuestra cultura es la cerámica
que siendo utilitaria alcanzó muy pronto carácter artístico y la saga sigue con
Pablo “Tito”, su hijo, y seguirá,
seguro, porque en nuestra tradición somos polvo, hecho barro, que animado por
un alfarero divino cobra vida para luego
finalmente volver a ser polvo,… no nos engañemos.
2 comentarios:
Que duros pero que hermosos son los recuerdos de nuestra infancia, yo en los Cerricos de Sierra María de Almeria y en la Montilla de sus vinos al regresar a Cordoba. Y ciertamente solo somos polvo más polvo enamorado que sigue existiendo en el recuerdo de los seres que nos quisieron, por cierto el apellido Fernandez Fanjul lo recuerdo pero no se de que, será ese alemán que me trae loco. Un fuerte abrazo
Muchas gracias, querido amigo. Hay que escribir los recuerdos antes de que se borren
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