A punto de estar desesperanzado en este estado de esperanza sin fin en el que vivo, aguardando que me pongan una vacuna que no acaba de llegar. Mis seres queridos más mayores ya se han vacunado o están vacunándose y muchos de los menores también, me entero que Manuel Arroyo, un antiguo compañero de Canal Sur, con el compartí la aventura marroquí de aquella empresa, ha publicado el libro que titula este artículo. Me apresuré a comprarlo en Amazon , donde ha sido editado, y lo he leído casi del tirón pues está muy bien escrito.
Los que tenéis la paciencia de
seguirme y leéis semanalmente lo que
escribo, ya sabéis que soy un convencido de la necesidad de que se escriba de
nuevo la historia sobre la base de la vida de la gente corriente, y no como se
acostumbra a partir de la vida de los ricos y famosos o de los poderosos, tanto
me da. La historia que conocemos suele ser una sucesión de hechos y hazañas de
reyes, generales o caudillos, participando en batallas, invasiones o en
matrimonios forzados para conseguir los mismos fines, que suelen estar más
cerca de la ambición y de la avaricia de
unas pocas familias que del bienestar de la mayoría de los seres humanos, aunque
siempre las guerras se dice que se hacen al servicio del pueblo, de la patria o
peor aún a causa de alguna fe , maldita sean.
Todas las guerras son un
horror y en mi opinión no están justificadas, salvo quizá las de independencia
contra un poder extranjero o las civiles contra un régimen tirano, real, no
supuesto, ni inventado o fabricado exprofeso, , como bien decía Pablo Iglesias
en su discurso del 7 de julio de
1910 en su alegato contra uno de los
episodios de esta misma guerra de África que se describe en la novela. Toda
guerra es una carnicería humana en la que los pobres suelen poner la carne y
los ricos y poderosos llevarse los beneficios, por eso me parecen abominables y
aunque puedan estar trufadas de heroísmo y sacrificios normalmente los honores
son para los poderosos y los sufrimientos para la gente corriente, como
nosotros.
Manuel Arroyo Durán, tuvo un
abuelo, Manuel Arroyo Castro, que nacido con el siglo XX y pese a tener mujer y
dos hijos fue reclutado, no pudo pagar para no ir, y embarcó en el puerto de
Sevilla para hacer de comparsa en la terrible guerra que los gobiernos
españoles se empeñaron en hacer para “vengar” el desastre de las pérdidas
coloniales en otros territorios que culminaron en 1898. Tres años, casi, estuvo allí, y como era
tipógrafo y culto, como solía ser ese gremio, escribió lo que vio, incluido
poesías; con ese material celosamente guardado por su familia y una muy seria
investigación del periodista de raza que nunca dejará de ser aunque ahora esté
jubilado, ha construido un relato en el que su abuelo vuelve a vivir y nos
cuenta lo que vivió.
Esta guerra de África fue la
guerra de mis abuelos, que no fueron a ella porque tenían dinero para pagar; y que fue la cuarta que hubo desde que
O’Donnell nos metió en la primera de 1859 a 1860 para mantener las ciudades de
Ceuta y Melilla expandiendo el dominio territorial en parte del sultanato de
Marruecos; la segunda 1893-1894 fue para mantener Melilla frente a los ataque de
los rebeldes rifeños y que tuvo sus dos militares condecorados con la Cruz
Laureado de San Fernando: el capitán Picasso y el teniente Primo de Rivera, el
primero autor del informe que aclaró el
desastre y corrupciones de la tercera guerra y el segundo fue el dictador
militar que organizó la cuarta; la tercera en 1909 para proteger la explotación
minera del Rif y que generó la Semana Trágica; finalmente la cuarta y masiva
para vengar el desastre de Annual.
Estas guerras destrozaron a
los españoles y sobre todo a los rifeños que orgullosamente pusieron miles de
muertos en las acciones bélicas para beneficio de corruptos fueran políticos o
militares como bien denunció el
expediente Picasso. El glorioso ejército
español bombardeó hasta con gas mostaza
a la población civil y puso los cuellos
de sus soldaditos para que los rifeños desfogaran su cólera y odio. Mientras en
la Península los familiares lloraban a sus hombres enterrados Dios sabe dónde.
Estas guerras crearon un
gigantesco ejército que llegó a tener más de un cuarto de millón de hombres que
consumía el cincuenta por ciento del presupuesto español con casi más generales
que sargentos, para que al final ese
ejército obtuviera su triunfo más señero contra el pueblo al que decía servir,
con el golpe de estado del 18 de julio de 1936 que tuvo las consecuencias de
todos conocidas, porque fue la guerra de nuestros padres que sembró España de
fosas repletas de cadáveres sin identificar y el origen de la dictadura
franquista que los españoles supimos resolver brillantemente con el acuerdo de
la Constitución Española de 1978, solo se nos olvidaron los muertos de las
cunetas.
Hay que escribir la historia desde el punto de vista de la gente corriente que son quienes la sufren, a ver si así no la repetimos y por eso recomiendo la lectura de este libro que tan brillantemente ha escrito Manuel Arroyo, hijo de Manuel Arroyo, sobre su abuelo Manuel Arroyo.
2 comentarios:
Gracias por el artículo, conocemos poco de esas guerras. Leeré el libro, es muy importante conocer los hechos por gente corriente y que ha sufrido en su pellejo los horrores de las guerras.
Muchas gracias.
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