Los españoles confiamos mucho
en el azar para mejorar nuestras condiciones de vida. La foto muestra la cola que se formó ante la administración de lotería
de la Antilla a las 11 de la mañana del
primer lunes de septiembre y así todo el verano. Son personas de toda condición,
mayoritariamente de clase media, que religiosamente van con sus apuestas a
comprobar si les ha tocado algo y a comprar sus boletos para la siguiente
semana. Es un ritual que yo comparto y vengo realizando desde que me jubilé. Gasto
semanalmente en juegos de azar unos
veinte euros, mayoritariamente en los sorteos de Lotería Nacional y algo en los
cupones de la ONCE. Cuando cobraba por trabajar también jugaba, pero menos y
más concentrado en la lotería de navidad.
Si hiciera una estimación de lo gastado en mi vida seguro que superaría
los cuarenta mil euros de los que la hacienda pública se lleva el treinta por
ciento y de los premios obtenidos, que
alguno ha habido, también se lleva un
buen pellizco, claro que como yo soy una persona con suerte mi balance económico
hasta ahora es bastante positivo, por eso sigo jugando.
La Lotería en España empezó
con Carlos III en 1763, siguiendo el modelo de la que había en Nápoles cuando él
era rey de allí. La Lotería Nacional nació en las Cortes de Cádiz que la aprobaron el
23 de noviembre de 1811 a propuesta del político ilustrado sevillano don Ciriaco González Carvajal,
concebida como “un medio de aumentar los ingresos del erario público, sin
quebranto de los contribuyentes”. Luego fue extendiéndose por toda España a medida que se retiraban las tropas napoleónicas,
hasta que se estableció en Madrid donde el primer sorteo fue el 28 de febrero
de 1814. Un detalle curioso fue que Fernando VII le cambió el nombre a Lotería Moderna
porque le sonaba demasiado a la Constitución de Cádiz y a la soberanía de la
Nación que él rechazaba. Luego siempre ha permanecido con el adjetivo de
Nacional incluso en la Guerra Civil de 1936-39, eso sí, había dos sorteos: uno
republicano y otro de los golpistas.
En 1845 a mi tío tatarabuelo
Rafael Anchelerga Álvarez le tocaron con 17 años, 30.000 reales en Cádiz cuando
estaba allí estudiando medicina y luego además de un médico de provecho con consulta gratuita para
pobres, fue un republicano comprometido, fundador de la Cruz roja en Córdoba,
feminista convencido y un hombre honrado. Fue un buen pellizco que envió a su
padre y que este contabilizó en el testamento.
De niño me gustaban las tómbolas
y recuerdo que con menos de diez años viniendo
de la feria me atrajo el sonido de la “Tómbola el Cubo” con su lema “siempre toca”. Estaba al paso en la calle Concepción y quedé
impresionado con la lavadora Bru que mostraban de forma destacada, porque en casa había oído
que era necesaria pues se seguía lavando a mano, me puse muy pesado hasta que
al final mi madre me dio el dinero para una papeleta con el argumento de que: “la
verdad que nos vendría estupendamente”. Corrí al hombre del
micrófono, al que di el dinero y me entregó un sobrecito que abrí muy
nervioso, salté de alegría y corriendo fui hacia mi madre que me recibió con una cara
de sorpresa que no olvidaré.
Mi relación con la suerte y
las lavadoras tuvo un gracioso epílogo en 1985, pues estaba viviendo en casa de
mi cuñado y la lavadora no funcionaba bien. Era de noche y fui a hacer
la compra al HiperValme que era un supermercado local con mucho éxito,
sorteaban ese día una lavadora , esta ya automática, con un boleto que te daban
al pagar y que debías rellenar con tus datos antes de introducirlo en una urna
grande que ya estaba llena. Cuando estaba cargando la compra oí por la
megafonía que hacían el sorteo y al poco
gritaron mi nombre. Al día siguiente llevaron la lavadora.
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