Desde hace dos años la
humanidad está padeciendo una enfermedad infecciosa peligrosa que al principio
provocaba una mortalidad alta entre los
infectados, sobre todo en las personas ancianas, como yo, y muy alta en inmunodeprimidas. Un
coronavirus, desconocido hasta entonces, anda dando vueltas por el mundo y
mutando continuamente para conseguir su objetivo vital que no es otro que
reproducirse usando nuestros cuerpos para esa función.
El SARS-CoV-2 no es un asesino, sino un ser vivo luchando
por sobrevivir. La Ciencia ya lo conoce bastante bien, tanto que en menos de un año
hemos dispuesto de medicamentos antivirales y vacunas efectivas para impedir en
gran parte los daños en nuestros cuerpos. Tardaremos seguramente algunos años
en disponer de LA VACUNA DEFINITIVA o quizá nunca la consigamos, por lo que es
imprescindible, si queremos sobrevivir colectivamente, que aceptemos ya de una vez,
que para frenar la expansión de la
pandemia tenemos que cumplir las instrucciones de salud pública que dan las
autoridades sin hacernos los listillos y obligar a nuestros gobiernos a que
ayuden de verdad a vacunar a todos en todo el mundo, mediante el mecanismo
COVAX que tan rácanamente están apoyando algunos países; no hay otra manera de frenar la
expansión de esta enfermedad.
El camino que queda es largo y
yo he tomado la decisión de convivir con esta enfermedad. Esto no tiene nada de
heroico es lo que llevamos haciendo desde siempre, si aprendimos a distinguir
las plantas venenosas para no comerlas sin saber el porqué, si no bebíamos el
agua de los pozos cuando aparecía el cólera, si nos lavamos las manos después
de defecar y antes de coger los alimentos, etc…, ahora debemos seguir la vida con la mayor de las alegrías y con las
precauciones necesarias, que nos las dictan el sentido común y las recomendaciones
de las autoridades.
La vida no volverá a ser la
que era, ni antes era perfecta, ni ahora un desastre. Nunca el hoy es igual al ayer, ni será igual al
mañana, todo fluye y cambia y la felicidad está en adaptarnos a ese cambio
continuo y hacer lo que tenemos que hacer incluyendo una cierta dosis de lo que
queremos hacer, aunque para ellos tengamos que asumir algunos riesgos, como
siempre.
Tras tanto tiempo de evitar la
mayor parte de los contactos que antes teníamos sin darle mayor importancia:
abrazos, besos, apretones de manos, charlas acaloradas,…, hay que dominar el
miedo a la muerte y seleccionar la vida que queremos vivir asumiendo los
riesgos de esa decisión.
Yo recuerdo el miedo
paralizante en mi adolescencia cuando quería ligar con una chica, hasta que fui
consciente de que lo peor que me podía pasar es que me dijeran que no, pero
conozco alguno que todavía no se ha atrevido. Encerrarse de por vida, salir
sólo lo imprescindible, por el riesgo de enfermar y morir es una opción que solo deben tomar las
personas inmunodeprimidas y a las que su médico se lo aconseje, los demás hemos de salir ya y eso es lo que llevo
haciendo desde hace tiempo para solo para hacer lo que de verdad quiero, para lo que me
merece la pena correr el riesgo.
Estas Navidades estoy yendo un
poco más allá y he participado en un maravilloso encuentro familiar en Córdoba,
el vigésimo. Nos hemos reunido 37
familiares durante dos días con test, mascarillas , aireación y todas las demás
medidas de protección, porque para mí era necesario este encuentro y lo hemos
pasado de cine.
El día de los inocentes,
acompañado de 4 amigas, fui al Teatro de
la Maestranza donde con más de mil personas enmascarilladas disfrutamos de un
maravilloso concierto de la Orquesta West-Eastern
Divan dirigida por Pablo Heras-Casado.
Setenta músicos , la mayoría jóvenes, interpretando el concierto para violín en
re mayor opus 35 de Tchaikovsky y luego
la sinfonía nº8 en sol mayor opus 88 de Dvorák, es un placer sublime y disfrutar de este privilegio merece correr un
riesgo controlado.
La orquesta joven de la
Fundación Baremboin-Said, me gusta tanto
que asisto siempre a sus conciertos y
esta vez me ha gustado aún más. Tras el
concierto de violín, el solista Amaury Coeytaux nos regaló el dificilísimo
andante de la sonata para violín nº 2 de J.S. Bach, demostrando su
maestría. Tras el descanso, un Pablo
Heras-Casado, en estado de gracia, dirigió con todo su cuerpo una orquesta que
supo estar a la orden, emocionándome
hasta lo más hondo. La despedida con el pasodoble “Amparito Roca” de Jaime Texidor
nos ayudó a salir eufóricos y con una sonrisa de oreja a oreja, aunque la mascarilla no
dejara verla.
Espero seguir disfrutando de
la vida y de las cosas que verdaderamente merecen la pena. Os animo a hacer los
mismo.
2 comentarios:
Se el agua.
Que la prudencia nos permita vivir la vida que merecemos
Seguro.
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