Entusiasmado con mis recuerdos
de la infancia no quería escribir artículos sobre asuntos políticos, pero tengo
un profundo sentimiento de asco que me
obliga a entrar en harina o mejor dicho en el fango. Espero librarme del
malestar y no mancharme más de lo necesario.
Creo que la política es una de
las actividades más nobles que puede
realizar una persona, pues supone
entregar tu esfuerzo por el bien común a cambio de una retribución económica
digna, pero escasa si se compara, lo digo por experiencia. Ya sé que sería
pecar de ingenuidad si creyera que todo en la política es altruismo y buen
rollo, y los que me seguís ya me vais
conociendo para saber que puedo ser soberbio, elitista e incluso cínico pero no
me he caído de un guindo por lo menos desde hace algunos años. El altruismo en el servicio a los demás se ejerce por razones diversas: religiosas o
cívicas que sirven normalmente para acceder a los puestos base ocupados mayoritariamente
por buenas personas, pero no conozco a nadie que haya llegado a ningún puesto
de responsabilidad solo practicando esa virtud cívica, ni siquiera a los
altares, que están llenos de muchos que destacaron por su poca humildad o
caridad cristiana y mucha soberbia y ambición que le fueron imprescindibles para
subirse sobre los demás y alcanzar la cima del poder que sea, a veces solo por
el placer de estar por encima , pero también, más de lo deseable, para
enriquecerse o poder abusar de los más débiles.
En la política, como en la
universidad, las empresas, la judicatura o la milicia obviamente hay
muchos de estos ambiciosos y no es que
haya demasiados o no más que de los honrados, es que destacan mucho. Nadie
habla de un concejal que trabajó unos cuantos años por los demás y luego
tranquilamente se retiró a su vida privada sin hacer ruido, a veces incluso
empujado por otros para los que era un estorbo en su camino de ascenso y lo
curioso es que aunque nos repugnen los ambiciosos y nos den vergüenza sus tretas, normalmente
nos aguantamos hasta que abusan tanto que no podemos soportarlo y saltamos.
Lo ocurrido en la votación de
la convalidación en el Congreso de los diputados del real decreto-ley sobre la
reforma laboral es sin duda el paradigma
de un comportamiento repugnante. No me
refiero a que determinados partidos no acepten que en este caso, el papel
lógico del parlamento sería refrendar un
acuerdo para mejorar las relaciones laborales, pactado con gran esfuerzo por
las organizaciones patronales y sindicales con el gobierno y que era necesario
para armonizar esta materia con lo que es usual en la Unión Europea. Ni que Vox
y PP hayan querido enmendar a las organizaciones empresariales, ni que
supuestos partidos de izquierdas, ERC y Bildu, se crean que defienden mejor los
intereses de los trabajadores que los sindicatos, ni que un partido serio como
el PNV crea todavía que es posible un marco laboral de aldea, ni al hecho de que
se aprobara gracias al voto equivocado del diputado Casero que oficialmente era
contrario, esas cosas pasan hasta en el fútbol que hay partidos que se pierden
por goles marcados en propia meta.
Lo vergonzoso es que Carlos
García Adanero y Sergio Zayas, me gusta poner los nombres de los a mi juicio
tramposos, sabiendo que el partido por
el que son diputados había decidido que el voto en tan trascendente ocasión
debía ser positivo, no solo votaron en contra sino que lo ocultaron
deliberadamente hasta el momento de la votación, a sabiendas de que con su engaño harían perdedora la
opción del partido que los puso en lista cerrada. Actuaron como unos auténticos
trileros porque ellos sabían que de haberlo hecho público con antelación el
resultado hubiera sido otro. Aducir la libertad de votar en conciencia y
ocultarlo es de una bajeza moral tan grande que los inhabilita para cualquier
desempeño, porque si su voto se debiera a tan noble impulso deberían
gallardamente haberlo exhibido. Defiendo el derecho que tienen los diputados a
votar en conciencia en contra de las directrices políticas de su partido si así
lo estiman, pero con gallardía y honor, de los que estos elementos carecen.
Menos mal que la política, como la vida en general, es “teatro, puro teatro” y como en él existe la justicia poética que hace que el error de Casero haya permitido dejar sin efecto el daño de los políticos tramposos y repugnantes. Para otro día dejo el hablar de la Iglesia y su cobarde actitud frente a la pederastia que ha tolerado y que me da aún más asco.
4 comentarios:
Muy buen artículo que llama a las cosas por su nombre y sin medias tintas
Chapeau!
Gracias y como siempre que lo hago me he quedado descansando.
Lo comparto, claro, oportuno y da en el clavo.
Gracias, Ángel, por tu aprecio que aprecio mucho.
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