He tenido el privilegio de ser un niño que
disfrutó de la compañía de varios familiares ancianos que fueron independientes
hasta el final de sus vidas. Mi abuelo Enrique enfermó de cáncer a los 69 años y
charlaba con él mientras jugábamos al ajedrez, con 10 años le compraba tabaco que tenía prohibidísimo,
guardaba el paquete y le daba los
cigarrillos de uno en uno y el fuego; de él aprendí a tratar con respeto a los
niños, disfrutando de su compañía y a establecer complicidad con ellos; lo
mismo que de mi abuela Pilar que cuando se quedó sola prefirió que yo con 12
años me fuera a dormir con ella en vez de una de las nietas más mayores, sabía
que no me iba a meter en lo que hiciera
o dejara de hacer, sobre todo en la comida porque era golosa y tenía diabetes,
a cambio yo gocé de espacio y libertad en el inicio de la pubertad; ella
gobernaba sus intereses y administraba su dinero hasta el final con 87 años. Mi
abuelo José María murió cuando yo tenía poco más de 3 años así que solo
recuerdo que me hacía cosquillas con la barba y de mi abuela Juana recuerdo
mucho más pues yo tenía ya 18 años cuando falleció a los 77 y de ella aprendí el sentido de la justicia,
aunque la contienda fuera entre adultos y niños, tratándonos siempre como
personas, sin blandenguerías pero con cariño; aunque no tuve mucha relación con
ella pues sus últimos años coincidieron con mi juventud de estudiante en
Sevilla, aprendí lo importante que es tener cerca a los hijos en la vejez ,
aunque para ello debas hacer lo necesario para acercarlos, eso sí, gestionando tus asuntos hasta el final,
pidiendo sólo la ayuda que necesites.
Aunque quería mucho a Cristóbal, mi padre, no sufrí su largo final
a los 74 años porque yo no vivía en Córdoba, solo recuerdo que estaba muy deteriorado y en una de las
visitas me pidió ayuda para acabar su sufrimiento, creía firmemente en la vida
eterna y estaba deseando irse. Mi suegra Pilar que se comportó conmigo como
una madre falleció a los 65 años y la
vimos deteriorarse a causa de la
diabetes, tuvo la suerte de que su marido la cuidara toda la vida y de ella aprendí a ser
dócil y cariñoso con quienes te cuidan y
no huraño y gruñón como es mi naturaleza. Luego fue Guillermo, mi suegro, que se quedó viudo a los 65 años y decidió
seguir viviendo solo en el pueblo. Nos visitaba a menudo con su coche, un R-5
que conservo; estaba unos días que se hacían cortos. Era un buen conversador,
impenitente lector y amante de la música clásica, y le gustaba viajar con nosotros contribuyendo a los
gastos con generosidad. Con él estuvimos en muchos lugares de Europa.., y se
encargaba de sus nietos con alegría. Cuando ya no pudo vivir solo, se vino con
nosotros a los 85 años y aunque
extrañaba su casa y estaba desorientado, era buena compañía, pero al final el deterioro cognitivo y que yo trabajaba a
diario en Córdoba no nos permitía encargarnos de su cuidado y el 28 de agosto de 2008 lo llevamos a una
residencia cercana y aunque mantuvo el tipo, no fue feliz allí y solo
deseaba acabar con aquella vida que ya
no tenía sentido para él, de hecho de vez en cuando me decía: “Juan, tu no
podrías hacer algo para acabar esto” y
es que por muy desorientado que estaba
se daba cuenta que no tenía sus cosas, que ya no podía leer porque no
entendía esos garabatos negros, y la radio que tenía era incapaz de manejarla,
con lo que le gustaba Radio Clásica de RNE. Ya estaba mal y no quería comer, ni
salir de la cama por lo que me acerqué temprano el 1 de noviembre de 2011 por
ver si lo animaba ya que a mi si me
reconocía; estuve con él en su habitación sentado al lado de su cama y con su mano cogida, porque le gustaba el
contacto, mientras intentaba una y otra vez
hablar sacando todo tipo de temas sin éxito, por lo que le pregunté que
si quería algo y mirándome con tristeza me dijo: “Gracias, pero vete y déjame
tranquilo”, se dio la vuelta y acurrucado, como le gustaba dormir, al rato
había expirado tranquilamente. Aprendí entre
otras muchas cosas que yo nunca iré
voluntariamente a un asilo.
Finalmente tuvimos la suerte
de disfrutar de Carmen, mi madre, hasta los 97 años y en sus 30 años como viuda
desplegó todas sus artes para liderar una gran familia que controlaba desde el cariño y la generosidad. Siempre estaba
al tanto de todos y de todo, repartió cuanto pudo, administró su dinero y su
vida con mucha inteligencia y fue delegando a medida que lo necesitó. Ella sin
duda era una líder nata, enormemente inteligente e imposible de imitar pero en
su memoria procuro ser orgulloso, protestón, generoso y cuidadoso de mi aspecto, como si fuera a visitarla, porque
como ella decía: “ Si de joven hay que arreglarse para gustar, de viejo es para
no desagradar”.
Estos han sido mis modelos de
vejez sobre los que debo construir la mía. Continuará…
8 comentarios:
Genial, como siempre. Ana
Gracias,amiga
La edad solo figura en el DNI y en la visión de los otros
Muy alecionador y real todo lo que cuentas.
Y la relación con tu suegro me emociona pues va más allá de la normal entre un yerno y suegro y eso aunque lo conocia y se que es mérito de los dos y te lo he dicho alguna vez, es admirable.
La vida es un aprendizaje continuo y en cada momento, lo importante es saber verlo y aprender para saber sacar partido
Y sigue escribiendo
Gracias por traerme el recuerdo de los que conocí poco
Ojalá
Gracias. Hay que seguir aprendiendo. Estoy estudiando mucho la vejez,en libros y con algún sabio de primer nivel que te gustará y quizá s sorprenderá y espero que te sigan gustando. A ti no te serán muy útiles porque creo que eres sabia en saber vivir
Mencanta que me sigas.
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