Creo que tras mis cincuenta y
siete años de estudiante, militar y trabajador me he ganado de sobra el derecho
a la pereza, es decir el derecho a hacer lo que quiera simplemente por placer,
pero es que además el ser perezoso es a
mi juicio el estado natural de los seres humanos antes de que desarrolláramos
lo que se ha dado en llamar civilización, que no ha sido otra cosa que la
esclavitud y el sometimiento para trabajar en beneficio de otros. Si, es verdad
que la civilización ha traído otros beneficios en los campos de la salud, el
bienestar y la alimentación, claro que distribuidos de una manera muy injusta,
tanto que nos ha llevado a la sociedad más desigual de las que han existido
sobre este planeta, pues nunca tan pocas personas ha sido propietarias de
tantos bienes, más que el resto de los miles de millones de seres humanos que
se ven obligados a trabajar para ellos gracias a la globalización en un sistema
económico que favorece que ellos, unos pocos avariciosos, puedan acumular lo
que nunca podrán consumir ni aunque vivieran millones de años, y para colmo,
encima, algunos de estos inhumanos explotadores llenos de soberbia se oponen a
un reparto más justo de la riqueza creada por todos, incluso al crecimiento de
los sueldos mínimos cuando están muy lejos de ser dignos.
Esto pensaba yo y creía que
era un pensamiento original hasta que
encontré EL DERECHO A LA PEREZA, un breve opúsculo panfletario del
hispano-francés Paul Lafargue que en 1880 publicó en francés(le droit à la
paresse) en el semanario L´Egalité y hoy traducido al español por María Celia
Cotarelo está disponible gratuitamente en
internet en: https://www.marxists.org/espanol/lafargue/index.htm . El
yerno de Marx escribió este ensayo irónico y polémico a favor de la ociosidad y contra la
santificación del trabajo recordando que Cristo en el sermón de la montaña,
predicó la pereza: “Miren como crecen los lirios en los campos, ellos no
trabajan ni hilan, y sin embargo ni Salomón, en toda su gloria, estuvo tan
brillantemente vestido”, planteando, en
la época en que eran normales jornadas laborales de 15 horas, que no se
trabajara más de tres horas diarias, dedicando el resto del día a holgar;
Bertrand Russell consideraba en 1932 en
otro delicioso ensayo breve : ELOGIO DE
LA OCIOSIDAD, que 4 horas serían suficientes si no hubiera injusticias;
hoy sin duda harían falta menos horas todavía
para producir lo necesario para todos los seres humanos si no se produjera la
terrible y suicida acumulación de
riqueza para satisfacer la avaricia de unos pocos y que agota los recursos naturales, destroza
el planeta y condena a una vida miserable a la mayoría.
Ser perezoso en la vejez es
casi una obligación, si se disfruta de una pensión suficiente que te permita
atender las necesidades reales que tengas, porque la ley te obliga a no ejercer
ningún trabajo asalariado, por tanto solo podemos trabajar gratuitamente, en
primer lugar los trabajos necesarios como comprar, limpiar, cocinar y hacer
ejercicio para mantenerse saludable, luego todas la obligaciones que te tomes
para ayudar a quién te necesite si así
lo quieres, hecho todo eso deben quedarte suficientes huecos en la agenda para
el ocio, como para cultivar la amistad, el amor, la cultura, los viajes, la
lujuria, algo la gula, un poco de envidia,
una pizca de ira para cuando sea necesario, pero nada de soberbia ni de
avaricia, y finalmente cuando ya no se te ocurra nada más, déjate arrastrar por
la pereza y suavemente disfruta de estar vivo, que para eso no hace falta mucho
dinero. Además, parafraseando a alguien: “La pereza es la madre de todos los
vicios y cómo madre hay que respetarla”.
Ya sé que la PEREZA no es un
derecho reconocido como el de sacrosanto de propiedad pero siendo sin duda una
libertad que solo los pueblos primitivos y los ricos pueden tener sin límite, voy
a ejercerla sin complejos contribuyendo así a la revolución de una manera
gozosa. He estado muchos años trabajando
sin medida y eso ya no tiene arreglo, pero en la vejez, que espero sea
larga, me esforzaré en llevar a la práctica la máxima del poeta
G.E.Lessing: “Seamos perezosos en todas las cosas, excepto al amar, al beber,
excepto al ser perezosos”.
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